(Breve cuento dedicado a Juan Pablo López Aranda)
Pablo se quedó dormido y descendiendo
a las profundidades de su ser, inició un viaje exclusivo y maravilloso, durante
el cual fue visto en muchos sitios, según pudo comprobar, con posterioridad, a
través de los relatos de diferentes testigos, que lo vieron, sin dudar.
Pero, en un momento impensado, en mitad del viaje, su corazón se detuvo para
examinar el entorno, porque quería indagar en el misterio de su destino y
misión. Ante esta situación, todo el sistema universal se puso en alerta;
se tenía que actuar con suma rapidez, porque el corazón de Pablo se rehusaba a
continuar el viaje, hasta que supiera, con certeza, todo lo que él se empeñaba
en aclarar. Como primera medida, el Universo llamó a una yatiri, mujer sabia,
que le indicó, con toda la fuerza de la naturaleza del norte, que debía seguir
latiendo, que el viaje debía continuar. Con esta información, la esencia
de Pablo se movió hacia el centro de su tierra chilena, y llegó a la Araucanía;
allí una mujer mapuche le reveló, lo mismo, que aún no era tiempo de parar. Los
diferentes fractales de Pablo, se diseminaron por todo el país, lo recorrieron
a lo largo y ancho, cruzaron las fronteras, surcaron los mares, ávidos de
comunicar, la buena nueva de la segunda oportunidad. El cuerpo de Pablo
aparentaba dormir, pero en su interior bullían la vida, los viajes y los
encuentros con seres prodigiosos. En este periplo, siguió viajando hacia un
centro energético que lo atraía, como un imán poderoso, luego, se detuvo el
tiempo y fue interrogado; la energía le preguntó, si elegía su vida o la de
otro ser y entonces, él decidió dejar este plano, le pareció lo más justo; la
energía conmovida, con su generosidad, se estremeció y Pablo descansó; luego
sopló sobre él, una brisa austral que lo lanzó en caída libre hacia la Tierra,
pero en el trayecto fue socorrido por los brazos de un ser alado vestido con
ropajes negros, que con ternura lo salvó y acurrucó, protegiéndolo del daño;
ambos fueron guiados, con seguridad, hacia tierra firme. Una vez allí, el ser
alado lo entregó al regazo de otra mujer; era una mujer más añosa, quien lo
recibió y se presentó ante él como la última kawésqar; ella lo invitó a beber
agua de una vertiente que estaba bajo su custodia; con sus propias manos,
usándolas como cuenco, sació la sed de Pablo. Luego apareció en escena otro
ser; una mujer con rasgos y vestimentas orientales y le entregó a Pablo un saco
de semillas, de las cuales él apartó una porción que, en un trance mágico,
llevó hasta el domicilio de un sabio profesor amigo, quien las recibió
emocionado y le manifestó, que debía continuar, repartiendo semillas.
Pablo retornó con las mujeres, que aún lo esperaban junto a la vertiente de
agua. En contemplación, esta vertiente, ícono de la vida, era observada y
provocaba fascinación. Pero la mirada de Pablo se expandió, también, hacia el
horizonte y, en ese momento, es cuando él percibió una presencia nueva y
poderosa. Una presencia que le hizo sentir protegido, seguro y amado; era
un gran tigre dientes de sable, que se había ubicado detrás de él y que, a través
de una comunicación distinta a los canales tradicionales, le confirmaba, que
aún debía seguir en este plano y que él le acompañaría, con su fuerza, hasta el
último día de este tramo del viaje y Pablo colmado de una conciencia nueva,
despertó.
Todos somos Pablo y vamos en
diferentes tramos del camino y en distintos estados. Cada uno con una
misión exclusiva, porque nadie ocupa el lugar de otro. La energía se
dispersa para permitir la existencia y mueve a los protagonistas con
sabiduría. Solamente debemos permitir que la vida tome las riendas, no
hay mejor guía. “Todo es para bien, todo es para mejor”, dicen los sabios
y es verdad. El corazón de Pablo, se detuvo para examinar su entorno; quería
indagar en el misterio de su misión; por otro lado, su alma, presa de amor a la
vida encarnada, lo trajo de regreso al plano tridimensional y la vida también
presa de amor por él, le dijo: “aún debes permanecer aquí”.