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sábado, 8 de julio de 2017

La Sirena rescatada por el Marinero


La Sirena rescatada por el Marinero

Cuento publicado en Co.incidir Julio 2017
Autora: María Alejandra Vidal Bracho

La Sirena solía estar triste, porque acostumbraba pensar, que  en las palmas de sus manos un mapa trazado indicaba  estados y designios inapelables,  que marcarían  invariablemente,  sus rutas en el mar.  Durante muchos años, ella vivió bajo el hechizo de la predicción,  de un enigmático vidente, que un día leyó sus manos y le dijo: “Trajiste un mal karma, debes quemarlo o la tristeza te puede atrapar”, “y ¿cómo lo hago?”— preguntó la Sirena  —“debes vivirlo”—respondió el adivino—  “no existe otro camino, no hay otra salida, debes vivirlo y nada más”—.  Ella llevaba este vaticinio, posado sobre su alma, como un pesado collar, compuesto por envenenadas cuentas y que era imposible quitar.

A pesar de este triste sentimiento, la Sirena tenía una buena vida; nadaba plácidamente en el mar, se detenía en las islas y arrecifes para contemplar los barcos y peinar con devoción  sus largos cabellos, mientras cantaba amorosos versos, que el aire balanceaba sobre las olas del mar. Una mañana  de un Enero, la Sirena decidió que,  por la tarde,  nadaría hasta una de las islas, para asistir a  la presentación de un juglar, que prometía  encantar a la audiencia con su gracia, sin par.  También, ese mismo día y al mismo lugar, decidió que acudiría un  Marinero, que acaba de arribar.  El era excéntrico, buen contador de historias y obviamente, adoraba el mar.  Tenía un amigo en la isla,  quien lo invitó al recital y, él  con eterno gran entusiasmo, fue de los primeros en llegar.  La Sirena llegó después, intentando, como siempre, su presumida cola ubicar y mientras buscaba para ello,  con atenta mirada, el espacio ideal, sus ojos de pronto sintieron gran felicidad, al divisar entre el público a un amigo que,  junto a un Marinero, se  hallaba ya situado en una de las mesas,  y a su lado la llamaba, ofreciéndole un asiento para que se pudiera acomodar.

Sirena y Marinero fueron presentados, por el camarada en común y, al instante,  se produjo una magia especial,  que los convirtió en un  trío alegre y vivaz; disfrutaron festivamente de la presentación del juglar y más tarde la tertulia, se volvió singular.  Conversaron acerca de variados tópicos, hasta muy tarde y sin parar.  El Marinero hilvanó relatos, llenos de audacia, en los cuales, casi todo el tiempo, él tenía un papel estelar.  Entre tanta información, de pronto, surgió algo inusual.  El no sólo era un Marinero, también era un tarotista y además, sabía leer las manos con una sabiduría, sin igual. Al enterarse la Sirena de este quiromántico antecedente, sintió  gran curiosidad y concluyó que volvería a conversar con él sobre este mágico asunto, cuando tuviera oportunidad.  En la despedida el Marinero hizo una solemne promesa de regresar, y también manifestó el deseo de poder concretar una nueva  reunión como ésta, con su amigo y  la Sirena, bajo una pronta Luna cordial.

Y así fue como la Sirena y el Marinero  se conocieron  y se  convirtieron, poco a poco en buenos amigos, que se reunían cada vez que el mar y el destino se lograban conjugar.  En uno de esos encuentros  fue la Quiromancia  el tema a tratar, y la Sirena, muy atenta, se dedicó a escuchar.  El Marinero reconoció ser un gran y eterno aprendiz,  nunca dejaba de estudiar,  porque le apasionaba esta ciencia misteriosa y magistral.  Entre sus sentencias  le dijo: “Las líneas muestran el pasado,  hechos concretos ya ocurridos, posibilidades de acontecimientos futuros,  que dependen de tu libre albedrío, todo es alterable, todo te obedece a ti y  a nadie más”.   Le enseñó a la Sirena  que las líneas de las manos  no son estáticas, ni definitivas.  Muy por el contrario, le explicó, que: “Si uno hace un cambio de conciencia, éste se ve reflejado en ellas porque se modifican, sin dudar”.  En confidencia le dijo, que él mismo lo había experimentado y que jamás, creyera que existía un designio inamovible, porque la esencia de la vida siempre es, ha sido y será:   cambiar y cambiar.

La Sirena creyó en el Marinero, en sus conocimientos profundos y le agradeció, con sinceridad  de mar, por la  generosa actitud,  que tuvo  al compartir, con ella, tan feliz verdad;  se sintió aliviada y liberada, gracias a estas nuevas creencias, que reemplazaron, sin vacilar,  a las antiguas, renovando así su visión de la realidad.

Hoy la Sirena, ya rescatada, nada en auténtica paz, dibujando con su coqueta cola sobre las olas  del mar y vive, cada día, como el oleaje, que viene y que va.


FIN