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domingo, 26 de junio de 2016

Veintidós hermanitas gemelas







Veintidós hermanitas gemelas
(Autora:  María Alejandra Vidal Bracho)
Publicado en Revista Co.incidir No.26 mes de Abril 2016

Un  hilo transparente  unía por la cintura a veintidós hermanitas gemelas, que vivían junto a  una Princesa.  La Princesa  era feliz de tenerlas como amigas. Las hermanas eran lindas, radiantes, perfectas y estaban muy orgullosas de componer un anillo, regalado a la Princesa por una Reina muy hermosa, también, amiga de la Princesa.  Dormían las bellas hermanas,  por las noches, en un joyero dispuesto solamente para ellas y se levantaban, cada mañana, para acompañar a la Princesa, abrazando su dedo anular,  adornándolo, con gran cariño y  belleza.
Un día la Princesa amaneció  con ansias  de llevar calzado nuevo.  Se levantó con premura, despertó a sus brillantes veintidós fieles amigas que, felices, se treparon a su dedo, entusiasmadas como siempre, de seguirla en todo proyecto. Y así salió, la Princesa, en la búsqueda  del mercader más cercano. Se enamoró, locamente, de unas lindas y graciosas botas que se puso de inmediato.  Fue tanto su entusiasmo que no reparó en un hecho: no eran del tamaño adecuado.  Pocas horas más tarde, sus angustiados pies le avisaron el  gran desencanto.
Nuevamente la Princesa  salió, esta vez a devolver lo comprado, pero en la tienda el mercader, no aceptó hacer un cambio.  Desilusionada regresó la Princesa con las inocentes botas, que con congoja se miraban, la una a la otra. De pronto una de ellas habló: “Princesa no te apenes, nosotras encontraremos unos nuevos pies, pero tú has perdido algo que sabemos amas y que vimos caer.  Con tanta prisa corrías y absorta en tus pensamientos estabas,  que no notaste la falta de las brillantes y encantadas hermanas.  Se habían mareado mucho, durante tu loca carrera y en un descuido terrible, se soltaron de tu  dedo, producto de tanto vaivén.  Tratamos de avisarte, pero no oías a nadie, sólo a ti misma y a tu deseo tal vez”
La Princesa reparó, en ese momento, en el desconsuelo de su  dedo y con gran pesar dijo: “ahora no tengo mi anillo y ustedes se irán, también”.
Pasaron los días, pero la Princesa no olvidaba a sus  bellas amigas.  Las buscó afanosamente por cada espacio y rincón, rehaciendo con tozudez todo sendero y segundo vivido antes del extravío cruel.   Mientras tanto las botas, regaladas y agradecidas, se fueron felices de poder abrigar a otros pies.
Pasaron las semanas y luego los  meses, el tiempo simulaba correr.  Una noche estaba la Princesa, sentada, dispuesta para cenar y paseó como de costumbre,  su mirada entre la mesa y su cama.  De pronto vio brillar en el suelo, unas diminutas estrellas, que amablemente iluminaban.  Ella no les dio importancia, sólo cumplió con recogerlas, las depositó en una cajita, con gran rapidez, pensado que se habían soltado desde alguna joya ajena, un dije de duende o la corona de un Rey.
Estaba por acostarse cuando, sintió un llamado que venía, sin sonidos, desde la cajita. Recordó, en ese momento, a las hermanitas que abrazaban antes a su dedo, “pero no puede ser” - se dijo- “es imposible, eso ocurrió hace meses, y este pequeño tramo entre la mesa y mi cama lo he recorrido mil veces”.  Sin embargo, le dio espacio, en su corazón,  a un milagro y resolvió comprobarlo.  Decidió verificar si el reciente hallazgo, eran sólo piedras o se trataba de  cuentas.  Buscó una aguja muy delgada y para su gran sorpresa ésta, sin dificultad, las traspasaba.  Definitivamente eran las gemelas extraviadas.
Que alegría sintieron todas al reunirse nuevamente: “te echamos tanto de menos”- le dijeron las hermanas- “No queríamos perderte. Te buscamos sin cesar, seguras de volver a verte.  Nos guiamos unas a las otras, siguiendo nuestra luz que resplandece.  Así  iluminándonos,  generosamente,  nadie se pierde.  Los caminos se hacen más cortos, más lisos y sin temor a relieves.  Cómo ves el verdadero amor siempre permanece”.
Feliz junto a sus recuperadas amigas solicitó ayuda a una talentosa Hada, que sabía hilar muy bien, todo tipo de  alhajas .  Ya unidas de nuevo las gráciles hermanas, muy contentas regresaron a abrazar el dedo que tanto las amaba. La Princesa  además, en ese momento, se prometió a sí misma,  ser de ahí en adelante,  menos  precipitada.  Procurar vivir los hechos de su vida en forma más pausada, estando siempre más atenta y sobre todo presente, en el lugar que se hallara, con su cuerpo y con su mente.











El jardín de Bartoldo









El jardín de Bartoldo

Autora:  María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Revista Co.incidir 15 Mayo 2015



¿Conoces a Bartoldo, el jardinero?  Te contaré sobre él: Bartoldo es dueño de un hermoso Jardín, el cual cultiva con gran devoción y esmero. Hace pocos días, al iniciar como cada mañana, a la misma hora acostumbrada, su diaria rutina de amor y cuidados hacia sus diferentes flores y plantas, con gran asombro descubrió  que, éstas, aún dormían.  A pesar de la maternal luz matutina, garantizada por el Sol, ninguna despertaba.  Además, los tonos de sus pétalos se habían desteñido dramáticamente; algunas hojas se habían secado, los tallos casi no se sostenían en pie y al intentar animarlos, se quejaban de dolor. Bartoldo pensó que era una pesadilla, pero no.  Era verdad.   Él se sentía angustiado y quería conocer el motivo de este extraño y triste fenómeno. Era urgente encontrar la forma de corregir  lo que ocurría.  En este escenario se esforzó por retomar la calma y pensó: “todo problema lleva en su ser la solución, sólo debo enfocarme en encontrarla”.  Buscó así  su “Libro Encantado”,  el cual custodia toda la información que puede alguien requerir.   Con fe comenzó la investigación.  Su primera idea fue conseguir una “Tarotista”.   Al instante,  apareció una lista de nombres y todos sus datos de búsqueda.   Se contactó, por teléfono, inmediatamente con una de ellas. Explicó su caso y en media hora estaba en su hogar una linda tarotista llamada Petunia.  Después de unos minutos de atenta conversación, a Bartoldo, no le quedó duda.  Ella era la persona indicada.  Petunia  extendió primero una exótica manta en el mismo Jardín.  Le pidió a Bartoldo que  barajara las cartas, que eligiera algunas  y los arcanos comenzaron a hablar.  Revelaron que efectivamente un conjuro afectaba al mimado huerto.  Para contrarrestar el hechizo, era necesario conseguir algunos elementos: dos anillos de oro, una flauta, botones de distintos colores, hilo dorado  y una gigantesca tela blanca.  Nuevamente las páginas del “Libro Encantado” fueron  fundamentales en este paso;  ya que al instante, ante sus ojos, las alternativas para contar con los artículos requeridos, desfilaban vistosamente ofreciendo su mejor propuesta.  Bartoldo pudo, de esta manera,  buscar los productos recorriendo, con mayor certeza, la ciudad en compañía de Petunia.   Adquirió  todo lo necesario para quitar el embrujo a su amado trozo de tierra.  Retornaban cuando de pronto...No!!!  El automóvil  comenzó a fallar y se detuvo.  A pesar de los intentos de Bartoldo, el vehículo se negó a seguir.  Bien como las fieles “Páginas del Libro Encantado” los habían acompañado en sus recientes trámites y compras, siendo ya parte de esta cruzada, nuevamente llegaron al rescate. Nuestros protagonistas buscaron de inmediato “Taxis”,  no cabía   tiempo de esperas para intentar arreglos mecánicos.  El dolor que estaba padeciendo el Jardín, era lo más importante de remediar, en el Universo del aquí y el ahora. No pasaron ni cinco minutos cuando un sonriente y amable caballero los llevaba rápidamente a casa.  Al llegar los ayudó con los paquetes y al  despedirse les deseo suerte y mucha magia.  Posteriormente, ante la extrañeza de Bartoldo y Petunia, el taxista giró sobre sí mismo y desapareció, junto con su auto.  Sin duda,  él también, estaba mágicamente aliado a ellos.  Petunia y Bartoldo,  sin hacerse cuestionamientos inútiles, sólo aceptaron creer en el asombro vivido y agradeciéndolo, se dirigieron presurosos, con presentes pasos, al jardín.
 
Petunia extendió la tela blanca y le hizo ojales en las orillas.  Cosió los coloridos botones a la tierra, alrededor del Jardín, utilizando el hilo dorado y luego abotonó el paño a la tierra.  Encima en el centro, justo donde daba el sol, puso los anillos muy juntos formando así un ocho, símbolo de lo infinito.  Luego, comenzó a bailar y a tocar la flauta;  la música era maravillosa y Bartoldo miraba asombrado y además esperanzado de volver a la normalidad.  De pronto, muchas nubes bajaron al jardín; se respiraba una tierna humedad y la tierra comenzó a sentir paz.  Bellos seres luminosos venían sentados en las nubes y a través de los anillos de oro, entraban bajo la tela para reparar cada planta y cada flor.  Mientras, todo esto acontecía, Petunia seguía bailando y tocando la flauta. Terminado el trabajo, se elevaron las nubes y junto a ellas los mágicos restauradores, que salían utilizando nuevamente los anillos por donde entraron. Al parecer, todo estaba listo. 
Bartoldo y Petunia ilusionados desabotonaron la tela de la tierra y delante de sus amorosas miradas estaba, para su alegría, de nuevo, el maravilloso Jardín.  Más esplendoroso que antes, todo había brotado nuevamente.  Además, al mismo tiempo, una semilla diferente fue sembrada también.  La milagrosa semilla  del amor verdadero, fue depositada en las esencias de las vidas  de  Petunia y Bartoldo.  

Entonces  gracias a un jardín, un hechizo  y las páginas de un Libro Encantado dos seres de la Tierra, se encontraron, se conocieron, se amaron  y así fueron felices, para siempre, en el Jardín del Ahora que significa, siempre.


sábado, 4 de junio de 2016

La Princesa la muela envenenada y el viaje de sanación




La Princesa, la muela envenenada y el viaje de sanación
Publicado en Revista Co.incidir No.22 Diciembre 2015

En una nevada tierra, vivía una Princesa llamada Darnajela.  Ella era muy feliz y disfrutaba de su tiempo, pintando coloridos cuentos en lienzos colmados de magia y amor. Ella también escribía poemas y leía con gran devoción, muchos libros que encantaban a su corazón.  Un día, en que dedicada a sus labores, se encontraba absorta en su  quehacer de letras, óleos, soportes y pinceles, un curioso malestar la retiró de su concentrada y presente atención.  La aquejo, inesperadamente, un dolor en una muela y era tan intenso que debió abandonar sus acostumbradas tareas.  El malestar aumentaba al extremo de impedirle cualquier trabajo o entretenimiento, incluso ya no podía ni dormir ni  comer.  Junto con esto, un insurrecto diente  se volvía cada vez más desalineado en relación a sus compañeros, lo cual angustiaba a la Princesa.  Sintiéndose triste y enferma, decidió conseguir ayuda y para ello fue en la búsqueda de un Príncipe, de nombre Naticris, que tenía maravillosas fórmulas para curar muelas y dientes con mal comportamiento, enfermos y  envenenados.  El se encontraba siempre en una torre y rara vez salía de ahí, verlo era casi imposible.  Su vida, en este lugar, era custodiada por gárgolas que impedían fuertemente el paso.  El realizaba su trabajo, en compañía de  una diminuta Hada que diariamente acudía a la torre, para asistirlo en su delicada labor. 
La Princesa Darnajela debió presentarse, primero, ante las gárgolas  y ellas indolentes, se negaron a otorgarle un espacio de tiempo, junto al Príncipe Naticris, para aliviar su dolor.  Es así que gracias a su sincera insistencia logró, al menos, hablar con el Hada buena, que lo asistía. A ella le explicó que necesitaba detener en forma urgente a su rebelde diente, pero  no tuvo tiempo suficiente para detallarle nada más, porque el Príncipe la requería con premura, ya que en ese instante, él se encontraba en ardua faena batallando, como siempre, contra distintos venenos que atacaban, ante el primer descuido, a confiados y desprevenidos incisivos, molares y caninos.  El Hada, sin embargo, antes de retomar su trabajo, se conectó con el pesar de la Princesa. Leyendo a través del campo, que nos une a todos, descubrió que ella aún no sabía que cada dolor físico, es la somatización de un dolor del alma.  Con mucho cariño tomó su mano y le dijo: ¨busca primero en tu interior, en tus ideas, en lo que crees, en tus temores y luego suelta todo el miedo. Confía y verás entonces, que  se darán las sincronías perfectas, para encontrar la solución¨.
Terminaba el Hada de decir esto, cuando el Príncipe Naticris, impedido de atender, en ese momento, a la Princesa, le envió una nota.  En ella le indicaba el nombre de un Mago.  El Mago Solcar que al igual que él, tenía el poder para solucionar su problema.  Agradecida la Princesa e intentando hacer un cambio de consciencia,  se dirigió con rapidez en su búsqueda.
La paz que le otorgó la conversación con el Hada, hizo que ella reflexionara y sintiera una resignada e incipiente mejoría, tanto en su alma, como en su muela.  Así se presentó, con la nota, ante el Mago Solcar, quien la  atendió prontamente.  Lo primero que hizo el Mago, fue explicarle que  ella misma  había permitido, que todos estos acontecimientos interrumpieran su paz, pero a la vez, le aclaró que  eran un aprendizaje para ella y que si se concentraba en mejorar y quitaba su vigilancia constante a cada síntoma, en una forma sutil, estos desaparecerían. La Princesa Darnajela, creyó, sin dudar, en las palabras del Mago. Este además, puso inmediato freno, a su sublevado diente.  Pero cuando el veneno de la muela arremetió, de nuevo, ella corrió a verlo, para ser salvada de este sufrimiento.  Esta vez el Mago Solcar,  le dijo que debía volver en busca del Príncipe Naticris, que la había enviado, porque él no contaba con las pócimas y técnicas adecuadas para estos casos. La Princesa le reveló que no podía regresar a la torre del Príncipe, porque le era imposible pasar la barrera de las gárgolas. El Mago, que escuchaba atentamente entendió, de inmediato, lo que ocurría y le develó, una vez más, un ignorado conocimiento, a la Princesa Darnajela, diciéndole:  ¨la actitud indiferente de las gárgolas, también ha sido creada por ti.  Tú le has otorgado poder a ellas, has autorizado su comportamiento.  Sin tu aceptación, carecen de dominio y si tú me lo permites, con tu consentimiento, yo puedo mediar en esta situación, para servir así de puente y puedas volver a ver al Príncipe Naticris¨.  La Princesa crédulamente sorprendida, asintió con la mirada diáfana, de quien ha sido bendecido por la bella luz del entendimiento y la  fe.  Entonces el Mago Solcar, decidido y autorizado a prestar su ayuda, se convirtió rápidamente, en un alado mensajero y le llevó información al Príncipe Naticris, acerca del padecimiento de la Princesa Darnajela.
El Príncipe Naticris, desconocedor de esta situación, pensaba que la Princesa Darnajela, no estaba tan enferma.  Pero al recibir noticias suyas, a través del Mago,  se dio cuenta de que ella, realmente  necesitaba de su sabiduría y experiencia, para conseguir la anhelada recuperación de su paz, alegría y salud.   Al mismo tiempo, el alma del Príncipe sintió una profunda unión con la esencia de la Princesa y se comunicó espiritualmente con ella, en forma invisible a los sentidos, dentro de su corazón.  En ese plano conversó con Darnajela y le dijo, que ya no se afligiera más, porque todo iba a estar bien.  Que cada minuto vivido, no los alejó; sino que en algún acuerdo prenatal, todo esto fue planeado por ambos, para alcanzar una relación que alimentaría sus vidas con seguridades y experiencias beneficiosas, tanto para ellos, como para otros.  Que todos tenemos una misión y que él y ella eran sólo un par de hilos más, en este tejido de maestría, que da vida a la Tierra, en el aquí y el ahora eterno.  Ella recibió en forma etérea y real todo lo expresado por el Príncipe Naticris y descansó en la verdad de sus sentimientos.
Es así que la Princesa Darnajela fue, finalmente, recibida por el Príncipe Naticris.  Este trabajó, con abnegada y dulce paciencia, para salvar, indemne, a la muela envenenada.  El veneno, por supuesto, hizo lo suyo y trató inconforme de mantener la guardia en alto, pero como ya la Princesa, conocía los secretos de la materialización de los sucesos, ayudó con su confiada tranquilidad y alegría al Príncipe Naticris, en su cruzada contra el caprichoso agresor. El Príncipe, a través de un trabajo realizado con brillante precisión, consiguió desencadenar al veneno de su propia maldad y lo envió de vuelta al Universo, convertido en energía pura e inofensiva.  Terminada la batalla, Darnajela fue liberada para siempre del dolor y ya  feliz, nuevamente sonrió; luciendo, esta vez, además de la belleza otorgada por la paz del alivio, un simpático y reluciente frenillo en que Naticris se reflejó.
Muchas veces, vivimos sucesos que nos parecen desfavorables a nuestros deseos, pero a pesar de todo, debemos confiar.  Porque la vida es una madre sabia, y conoce el tramado total, de los tiempos, los sueños y empeños y así en constante desvelo, nos conduce, con tierno esmero, de un hecho a otro hecho; hasta llevarnos, con seguridad, al camino perfecto, que debemos tomar.