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lunes, 22 de junio de 2020

Omar Kattan






La percusión como arte musical

Autora María Alejandra Vidal Bracho
Texto dedicado a Omar Kattan (músico)

Aún existen cosas que nos unen con lo más diáfano de nuestro ser,  con lo que realmente somos, con nuestra esencia; entre ellas, indiscutiblemente, se pueden citar a los instrumentos de percusión; sobre todo a los que se despiertan al contacto de nuestras palmas, ya que se produce un sonido absolutamente primitivo, básico y puro. Bailar al ritmo de la percusión es uno de nuestros primeros instintos, antes de caminar ya nos movemos al ritmo de la música y buscamos la manera de percutir. Los tambores, las darbukas y otros similares cuando están entre manos expertas, esas que vienen destinadas y bendecidas para darles vida, entregan lo mejor de sí; encantando al cuerpo para conducirlo por los caminos fascinantes de la danza y al espíritu para sumirlo en el hipnótico trance que lo lleva a maravillarse con el sonido de la música, mientras se suma inerme el corazón acompasando sus latidos. Los músicos que practican este tipo de arte, la percusión, tienen la tarea de rescatar costumbres ancestrales, valiosas; nos conectan con el pasado, mientras se hacen uno con el instrumento y viajan por el tiempo para traernos sonidos de antaño.  Ecos llenos de emoción y entrega, que están ahí, a un golpe de palma, pero no a un golpe cualquiera, sino a un golpe sabio, que seguramente ya había sido dado en otro momento.  Tal vez estas almas han regresado, desde otro espacio, otra época, debido a que la música se rehúsa a perderlas, porque las ama, las aquilata y las resguarda  como lo que son:  tesoros vivos.
Definitivamente, tenemos mucho que agradecer a quienes dedican su tiempo, su vida y energía a la música; sobre todo practicándola, en un formato tan humano, antiguo y sencillo, pero no por ello carente de complejidad interpretativa, como lo es: la percusión de tambores;  muy por el contrario, justamente es su naturalidad, en la forma, lo que exige al intérprete contar un gran talento, que le permita lograr obtener estas melodías cautivantes, talentosas que son, en realidad, pura vibración brotada, generosamente,  desde el fondo sublime de su más tierno amor.  


lunes, 15 de junio de 2020

Pinturas que hablan (Mario Lorca en la voz)


El romance como estilo de vida








El romance como estilo de vida

Autora: María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Revista Co.incidir de Junio 2020 y en Sitiocero


Pocos son quienes se auto consideran poseedores de una vida perfecta, los demás, generalmente, estamos entre las barreras de una vida común que contiene un poco de todo y, a veces, lamentablemente, para algunos, tiene más de malo que de bueno, o eso es al menos lo que se siente o se cree. Un viejo refrán dice: “no hay mal que por bien no venga”, es tan difícil de aceptar esta postura, sobre todo en ciertas circunstancias que, miradas desde cualquier ángulo, resultan ser atroces; cuando nos apresan las tinieblas y sentimos que nuestras creaciones caen alrededor, mientras nos invade el dolor de la pérdida. Al sentirnos extraviados en nuestro propio  mundo individual, el cual creíamos conocer tan bien, hasta que un infortunio nos sorprende y nos azota el miedo provocado por la incertidumbre. Qué hacer, cuando somos  atacados por una situación triste, desconsoladora, inesperada, que nos remece y ante la cual sólo nos queda esperar el desenlace de los acontecimientos. 
En este punto, es que puede ser terapéutico, para nuestras almas, tener una mirada romántica de las formas, apreciando, en el día a día, las cosas más simples de la existencia, las que aún nos quedan.  A mí, en lo particular, me parecen fascinantes ciertos hechos  que componen la vida cotidiana: un cordel con ropa recién lavada que se seca en el patio, al vaivén del aire, al antojo de la humedad y del calor sol, encierra tanta belleza.  Durante el sereno, saber que si la dejamos colgada toda la noche la  luz reflejada por la Luna la purificará bajo la contemplación brillante de las estrellas; luego disfrutar de la fragancia de esa ropa cuando se haya secado; doblarla, plancharla, guardarla como promesa de un nuevo día, en que cubrirá nuestro cuerpo con su calor o frescor según sea su génesis. El aroma maravilloso del pan recién horneado; el proceso de amasarlo con la ilusión del principiante en las lides de la cocina o con la destreza del que lleva años en este sabio y generoso quehacer.  La sincronía de recibir ese inesperado mensaje o llamado telefónico de quien habíamos estado, hace poco,  recordando. El olor a tierra mojada después de una lluvia fina, gentil que no sólo ha humectado la tierra sino que además ha refrescado el aire, ha vigorizado el color de los árboles, de las flores, de las piedras, de las casas, de todo el escenario en que desarrollamos la vida fuera de las paredes de nuestra vivienda. Observar la paz de una mascota que duerme tranquila, mimosa, segura de contar con el amor del ser que la cuida.  Prestar atención al vuelo de los pájaros surcando el cielo, muy alto, y oír su trino cuando se aproximan; admirar su hermosura si tenemos la suerte de que se posen cercanos a nuestra vista.  Muchos son los ejemplos que se podrían citar.
Ser un romántico no tiene por qué referirse, exclusivamente, a las parejas de enamorados.  Se puede tener un sentimiento romántico hacia la vida en sí, para disfrutarla desde un estado mental idílico al apreciar y vivir los instantes sencillos, para lograr, desde ese lugar de magia, recordar que:  a pesar de todos los problemas, que nos puedan aquejar, la vida es fuerte, indestructible, lo corroboramos al verla en el pequeño musgo que brota en el ladrillo, en el pasto que se asoma poderoso en la rendija del pavimento, en los insectos pequeñísimos que son tan magistrales como un gran elefante o un enigmático tigre y así, conscientes de estas verdades, aferrarnos, espiritualmente, con ternura, los unos a los otros, sabiendo que conformamos una unidad maravillosa, potente y colmada de misterio, habitante del ahora eterno en el cual podemos ajustar una positiva vibración, que nos proteja de todo mal, porque finalmente, todo es vibración en este Universo y depende de nuestro estado de conciencia hacer que funcione tanto para nuestro bien, como para el de los que vendrán a reemplazarnos, en algún momento futuro, sobre la faz de esta Tierra.

La vida no es una competencia






La vida no es una competencia
(autora:  María Alejandra Vidal Bracho)

¿Qué locura es ésta? Corremos por la ciudad, sin observar más allá de las vitrinas con sus maniquíes de talla imposible  y los precios con sus posibilidades de pago tentadoras, que nos hipnotizan.  Entramos al supermercado armados de un carro, apresurados y con la idea fija de conseguir  una caja vacía o con la mínima cantidad de gente en la fila.  Estamos en el trabajo pensando en el hogar y luego en el hogar, pensando en el trabajo.  Nos ha esclavizado un teléfono móvil, porque sin él ya no entendemos la vida.  ¿Qué nos pasa?
A nuestro lado vuelan los pájaros, cambian de color las nubes, crecen las flores y bajo el cemento es la tierra lo que nuestros pies pisan. La naturaleza tiene ritmos precisos, calmos.  El oleaje del mar va y viene, las brisas mecen en calma, acariciando en paz y los vientos, más rebeldes, soplan para secar la humedad.  El sol siempre está en su lugar y la tierra gira al mismo compás.  Nuestros cuerpos cobijan mares, ríos, bosques; mundos y submundos internos que no vemos, pero ahí están, es lo que realmente somos.  Debido a nuestras exageradas prisas y auto-presiones, cuántas tormentas internas desatamos, cuántos volcanes hacen erupción en nuestro interior ulcerándonos y contracturándonos; cuánta violencia ejercemos sobre nuestras inermes células. 
La vida no es una competencia, debemos tomar conciencia de eso.  Un ojo no compite con el otro ojo, ni los dos ojos con las orejas, ni los pies con las manos.  La vida es una oportunidad,  una experiencia, un sueño que se abre en cada paso a una escena nueva, mientras nosotros intentamos competir, ilusamente, con el calendario, con el reloj y sus tiempos deseando ‘‘ojalá’’ sean carentes de esperas. Hagamos siempre todo a nuestro propio ritmo, observando, sintiendo, con pausas, con atención y delicadeza.  Nunca debemos olvidar que: ahora estamos, ahora vivimos, ahora respiramos, pero, también, es ahora el momento en que para siempre e irremediablemente, también,  nos vamos.