La
voz y el corazón
(Relato
dedicado a mi buen amigo Juan Manuel Miranda)
Autora:
María Alejandra Vidal Bracho / Publicado en Revista Co.incidir mes Septiembre
2018
Una bella voz, tomó un
pasaje en vuelo directo al planeta Tierra. Aquí tenía como misión encontrar el
más dulce corazón, en el cual pudiera habitar. “Tarea difícil”, caviló ella,
pero se decidió a investigar. Al aterrizar sintió una enorme soledad y no
sabía, exactamente, cómo comenzar a buscar. Lo primero que hizo fue comprar un
nuevo pasaje que, en esta oportunidad, la llevara de viaje al pasado, al
espacio invisible, al vacío inteligente, donde se encuentra toda cosa y todo
ser, que después arribará a este plano terrenal. Llegó a su nuevo destino y en
ese lugar buscó y buscó sin descanso, hasta que entre todos los seres
incorpóreos, por fin, encontró uno muy especial cuyo próximo nombre, en la vida
terrestre, sería Xuan. De inmediato se hicieron muy amigos, conversaron sin
cesar y como ese mundo es distinto y, de verdad, muy singular, ella se atrevió
a pedirle un favor muy personal; y entonces, con tono suave y prudencia, le
dijo a Xuan: “te quiero pedir algo que, quizás, extrañeza te causará”. El
incorpóreo ser, con un leve asomo de curiosidad, asintió con la cabeza
aceptando así, la petición sin dudar. Entonces se inició, entre ellos, un
diálogo bastante inusual. —Necesito saber, dónde está tu corazón: quiero verlo,
conocerlo, y preguntarle qué equipaje llevará cuando a la Tierra tú decidas
avanzar—por supuesto—dijo Xuan— no tengo inconveniente en llevarte hasta el
lugar en que lo he guardado, para cuando llegue el momento de encarnar—. Xuan
condujo a la voz por un sendero floral, que llevaba hasta un huerto mágico en
el que un río musical, bañaba a unas piedras misteriosas cuya tarea era, con
sus macizos cuerpos, albergar a los mayores tesoros que se debían custodiar.
Xuan saludó a una gran piedra, le presentó a la voz, le explicó a lo que venía
y luego, sin más, la gran piedra se movió para dejar a la vista un enorme cofre
gigantesco, muy hermoso, de cristal. La voz estaba impresionada y pensó en su
esencia inmaterial: “un cofre tan grande… para, sólo, un corazón amparar”.
Cuando Xuan abrió el cofre, un primoroso y fornido corazón salió un poco
adormilado, frotándose los ojos, unos lindos ojos colmados de bondad, sonrió
muy contento y le dijo a Xuan. “´Ya, nos vamos, estoy listo”. “Ves…” le dijo Xuan
a la voz, “este es mi corazón”. Entre el corazón y la voz surgió, de inmediato,
un amor sensacional; se sintieron complemento, camaradas, listos para emigrar,
se miraron, se comprendieron y, luego, se volvieron a Xuan. “Ya entendí”— dijo
éste— “llegó el momento de encarnar”.
Como el corazón era muy
grande y la voz magistral, ocuparon mucho espacio en el cuerpo de Xuan; debido
a esto una gran caja torácica se debió fabricar y de este modo, cuando al
Planeta Tierra tuvo que llegar se convirtió en un hombre de talla grande, tanto
en su cuerpo físico, como en el espiritual, para poder así cobijar, con suma
responsabilidad, a tanto amor, tanta dulzura y tamaña lealtad.
Fin