Somos atemporales
(Publicado en Revista Co.incidir NO.34 Diciembre 2016)
Autor: María Alejandra Vidal Bracho
¿Qué es la edad? Categóricamente, el año que marca el calendario, no existe. Los calendarios son solamente mediciones humanas, creadas para lograr concretar nuestros negocios y convenios. Entre ellos está, el que conocemos como: “edad”. De acuerdo a la supuesta “edad”, se tienen ciertos derechos y deberes, según la cultura en que hemos nacido. Si retiráramos todos estos terrestres argumentos, sólo quedarían nuestros pasos, los latidos de nuestro corazón, los parpadeos dados y vividos en un cuerpo de material finito y destinado a la transformación.
La edad es una apreciación que etiqueta y moldea, en el marco de la sociedad en que se desarrolla nuestro viaje por la tierra. De esta forma, nos consagramos a esperar, por lo general, funestos cambios que vendrán debido a los cálculos indicados en el paradigma llamado “calendario”, que no es otra cosa que la identificación de nuestro ser con 365 días agrupados bajo el alero de un número falso rotulado como: “año”. Por qué número falso; por la sencilla razón de que el tiempo no empieza ni termina y siempre es ahora. En este sentido, si tomáramos profunda conciencia de la infinitud del tiempo, nos daríamos cuenta de que somos atemporales. Si en este presente inalterable, nos dedicáramos sólo a ser y no diéramos por sentado que los cambios irán aminorando las condiciones favorables, sino que simplemente valoráramos cada aliento y cada acción como un derecho en la eternidad, porque ella misma nos ha creado, nuestra estadía en este plano, podría mejorar, ostensiblemente.
Al abandonar el cuerpo la energía se transforma, pero sigue viviendo en los árboles, las flores, la tierra, el aire, el fuego, la lluvia. Cada piedra en el suelo, guarda la historia de un cuerpo que se transformó. El cambio es una cosa y el deterioro es otra. Terminar un viaje, para iniciar otro, también es una cosa y definitivamente, creer en la muerte es otra.