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viernes, 7 de abril de 2017

El paseo de los guantes traviesos












El paseo de los guantes traviesos
(Publicado en Revista Co.incidir Enero 2017)
Autora:  María Alejandra Vidal Bracho

Un día cualquiera, de esos que nadie recuerda la fecha, un par de hermanitos guantes, deciden vivir una aventura traviesa. A media mañana su dueña, debe hacer un trámite urgente y ellos fieles a ella envuelven sus heladas manos, cubriendo palmas y dedos, sin demostrar el más mínimo interés en no hacerlo. Ella sale de su oficina, hace parar un taxi, de los llamados colectivos, que van ocupados con más de un pasajero y se sienta junto al chofer, al que mira sin ver. Para pagar el pasaje, se despoja de los guantes inquietos y ellos, en ese instante, se deslizan despacio por su falda ante el primer mental alejamiento, que tiene ella al quedarse absorta contemplando una nube que, plácidamente, recorre el cielo. Se esconden ellos entonces, juguetones, debajo del asiento.
Cuando llega a su destino, la dueña se baja, con prisa, como si la persiguiera el tiempo y entra en una oficina, cargada de papeles y conjugando incansables verbos. Presenta, ante un funcionario de impacientes dedos y lentes muy serios, infinitos documentos, que exigen timbres, firmas y avales diversos. Cuando termina todo y quiere emprender el regreso, comienza un alarmante y misterioso proceso. Busca en un bolsillo, busca en el otro. Abre su cartera, mira por el suelo. Los guantes no están y son sus predilectos. Morenos rotundos, de piel suave, muy coquetos; y lucen en el cuello, primorosos corbatines, que les otorgan, elegancia y apresto. 
“¡Yo los quiero!”— exclama ella—“¡no puedo perderlos!”—y empieza un especial periplo de búsqueda en total desenfreno. Primero piensa, que no los traía puestos, que quizás cuando salió los había olvidado en su apuro intenso. Los dejó en el taxi colectivo, quizás ahora, tienen otro dueño. Las ideas se pelean en su cabeza, batiéndose a duelos; desafiándose unas a las otras, en hidalga contienda de importancia y anhelos. 
Nada entrega fruto, la búsqueda, verbal y visual, es inútil y el día derrite las horas como se disuelve el hielo, cuando el calor lo ciñe con sus brazos recios. Ya es tarde y se hace de noche. Hay que ir a casa dibujando con los pies, el retorno al silencio. Pero antes, hacer algunas cosas: primero ir a buscar al compañero, luego al supermercado, lugar de compras y encuentros. Conversar con los amigos que, se presume, sólo dirán: “hola”. Por supuesto, como casi siempre, el saludo se extiende, entre detalles, noticias, alegrías y congojas. Unos guantes nuevos, para intentar olvidar la pérdida; y ya todo listo para volver a casa, marchar pronto de camino a tomar transporte e iniciar el regreso.
Discutir con el acompañante, que si: “vamos en taxi, a pie, colectivo, bus... ¡Pongámonos de acuerdo!”—. Finalmente otro taxi colectivo, coronado por el mismo número, que el de la mañana, hace su ingreso, al campo ocular de quien ahora ya se siente la otrora dueña, de unos guantes elegantes y apuestos, que irreparablemente extraviados, habrá que olvidar sin remedio. 
Ya embarcados en el taxi, el comprensivo compañero siente ardor en las mejillas al oír de nuevo, la pregunta que se ha pegado, como un mantra, en los labios de la desolada ex dueña de los guantes traviesos. —“Señor… usted, por casualidad: ¿habrá encontrado unos guantes negros? Son de cuero, con pequeños corbatines pegados que les hacen juego”—. “Señora es usted, aquí los tengo!”—. Y abriendo la guantera, ahí están ellos, cobijados por los hilos tejidos del destino que, a veces, se entrelazan en forma precisa, en armonía, para concretar felices sucesos.
Los guantes, ya en las manos mimosas de su dueña oyen atentos, lo que el conductor relata, en relación a los hechos. —“Usted Señora se bajó y luego subió otro pasajero. Él encontró los guantes debajo del asiento y me los entregó, para que los guarde, por si alguien preguntaba por ellos. Yo sabía que eran suyos, porque se los había visto puestos y pensaba llevárselos cuando tuviera algún tiempo; ya que yo recordaba el lugar en que usted, se subió primero; frente a una oficina pintada de color celeste pleno. ¿Sabe?…hay algo más que sumar a este simpático cuento y es que yo nunca trabajo, horas de sobretiempo; pero hoy di una vuelta más, no sé con qué objeto, porque a pesar de estar muy cansado retrasé el viaje de regreso. Tal vez fueron sus guantes que telepáticamente me indujeron, para lograr encontrarse con usted, de nuevo. Yo no sé lo que ha pasado, pero en este mismo día, usted ha perdido y ganado y yo también me conmuevo, con esta extraña coincidencia de precisos momentos”.
Por su parte los guantes cómplices, se habían deleitado mucho, durante el turístico trayecto. Visitando exóticas calles, atisbando pasajeros, mientras escuchaban indiscretos diferentes diálogos y parlamentos y por supuesto, de paso, inspeccionado la guantera, sin complejos. Se divirtieron muy alegres, muy seguros, todo el tiempo; jamás sintieron en sus almas el más minúsculo miedo, de no poder volver a estar con su dueña, prontamente, sin tormentos. Porque ellos fueron muy precavidos, antes de iniciar su paseo, poniéndose primero de acuerdo, a nivel invisible, subatómico, con las calles, con el auto, las esquinas, los semáforos, los minutos, las esperas y los dedos, para poder concretar así, la prodigiosa magia del feliz reencuentro.
FIN