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viernes, 7 de abril de 2017

Ojos viajeros







Ojos viajeros

Autora: María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Co.incidir mes de Abril 2017

Dos ojos de color azul intenso
que mezclaban en su esencia
matices de mar y cielo,
añoraban vivir intensamente,
contemplando cada espacio
del Universo.
Ellos habitaban,
en el bello rostro de un Príncipe
y desde ahí, lo alentaban
a viajar de un sitio a otro,
para poder observar así
diferentes atardeceres,
cerrarse al contacto de
incomparables lluvias,
y entrecerrarse a fin de esquivar,
los distintos ángulos del Sol.
Debido a ellos,
el hermoso Príncipe
viajaba sin descanso;
cruzaba los mares,
surcaba los cielos,
tomaba, sólo, breves descansos
y continuaba viajando
sin rumbo, sin destino
y sin hacer planes definitivos.
Sus ojos anhelantes de conocer
lo subían, indiscriminadamente,
sobre distintos lomos,
caparazones y alas.
Si era una travesía acuática,
dependiendo de la distancia,
les bastaba un amable caballito de mar,
las aletas de un buen pez
o el cuello de un cisne
comprensivo y cordial.
Para recorrer, a gusto,
campos y caminos,
el gentil lomo de un camello,
o el de un elefante
con buen ritmo al andar.
Para alargar un recorrido,
la placidez de una tortuga
pensativa y sagaz
o un perseverante tigre,
en caso, de prisas
o urgencias que surgieran quizás.
Para volar, las alas
de una majestuosa águila,
las de una aventurera gaviota,
o unas suaves, de mariposa
con buena voluntad.
Todo medio de transporte era favorable,
para que el Príncipe incansable
complaciera a sus ávidos ojos
yendo de un lugar a otro, sin parar.
Un día una gatita,
que para él, era especial,
le preguntó:
¿alguna vez te detendrás?
Y él contestó que No,
porque ya no sabía,
vivir, la vida, como los demás;
había olvidado cómo
 y, a decir verdad,
él ya no podía detener su periplo,
porque a pesar de amar,
él sabía,únicamente, viajar y viajar
y lo haría siempre, hasta el infinito,
sin mirar atrás.

Amor entre árbol y estrella





Amor entre árbol y estrella

Publicado en Revista Co.incidir Mes de Marzo 2017
Autora: María Alejandra Vidal Bracho

Un solitario árbol isleño,
se enamoró de una estrella
que muy coqueta y brillante,
surcaba el cielo.
Ella sintió su tierna mirada,
y sobre él detuvo su vuelo
para poder contemplarlo,
porque quería conocerlo.

—Eres hermosa—, le dijo él,
y elevó sus ramas al cielo,
intentando alcanzarla
para regalarle un beso.
—¿Te quedarás por mucho tiempo?—
preguntó el árbol inquieto.
—No lo sé— dijo la estrella,
—todo depende de un sentimiento.
Y lo que siento me dice:
que me detenga un momento—.

Sobre la estrella y el árbol
el amor sopló su aliento,
y ya la estrella se negaba
a seguir viviendo en el cielo.
Habló con la Luna y el Sol
y pidió consentimiento,
para poder volverse una nube
y así volar al encuentro,
de su amado y cariñoso árbol isleño.

La Luna y el Sol atentos
escucharon el deseo,
de la enamorada estrella
y en seguida comprendieron,
que era un amor perfecto
maravilloso y sincero.
La estrella en mágico encanto
fue liberada de su cuerpo,
y ya convertida en nube,
voló al romántico encuentro
de su amado árbol vibrante,
tan suyo como dispuesto.
La nube se convirtió en fina lluvia
para atravesar el suelo
y así alcanzar la raíz,
del romántico árbol isleño.
Luego subió por su centro
para besar su corazón,
sus ramas, la copa, el cielo
y el árbol también la besó
con amor húmedo, eterno
y cuentan que ahora es el árbol,
más feliz de todo el pueblo.

El mundo de las sombras





El mundo de las sombras 

(Poema publicado en Antología española "Sentir como poeta" año 2017) 
Autora: María Alejandra Vidal Bracho

Ya sea que nazca una flor,
un cangrejo, un paraguas,
un hombre, una princesa 
o un violín,
en acción a la par,
el mundo de las sombras
interviene, para sostener
a la incipiente creación.
Porque surgen, de inmediato,
estas imágenes oscuras
que delatan y acusan,
ratifican y comprueban
la nueva existencia.

Frescos, pintados
en cada superficie cercana.
Mágicas siluetas,
vestidas de elegante silencio;
eternas compañeras incansables,
que despiertan a la más leve luz.
Sombras propias y proyectadas,
animosas en el juego,
entregadas en el amor;
ágiles en el baile,
tristes durante un duelo.
Mundo de sombras paralelo,
misterioso y sugerente…
compuesto por luces,
superficies, enfoques
posiciones y ambientes.
Quizás, las sombras
son primero
y somos nosotros, su reflejo;
sólo la luz, que es cómplice
lo sabe fehacientemente
y, también, la oscuridad
que guarda, con hermetismo,
de igual manera, el secreto.
Porque cuando ella,
la oscuridad,
es absoluta, completa, latente…
nuestras sombras y nosotros,
bajo su poderoso y total encanto,
desaparecemos irremediablemente,
hasta que se reinicia el juego
entre luz y oscuridad,
nuevamente.

Bate tus alas sin parar





Bate tus alas sin parar 

(Cuento publicado en Revista Co.incidir No.36 Mes de Febrero 2017) 
Dedicado con gran cariño a Luis WeinsteinMaría Alicia Pino y Sofía Orellana
(Autora: María Alejandra Vidal Bracho)

En un dulce, armónico y elevado panal, vivía una bella y laboriosa abejita, que diariamente extendía sus alas al sol, se movía con precisión entre las flores del jardín y contemplaba cada amanecer y anochecer, llena de amor. Le gustaban los libros, escribía y leía poemas, amaba el arte. Preparaba mixturas de esencias de flores, recibía a los amigos y, además, tenía a su cargo dos abejitas bebés, que la amaban, porque realmente ella era digna de amar y, por si esto fuera poco, hasta una gatita tenía, en su corazón, un lugar. Ella trabajaba, sin descanso, velando por cada detalle que la vida le había encargado cuidar.
Un día un sabio conejo amigo, que conocía su bondad, le comentó a la abejita que una amiga mariposa venía en vuelo y que pronto arribaría muy cerca de su panal. Le preguntó por la posibilidad de un encuentro entre ellas, porque la mariposa, tenía un sentir similar. Igualmente amaba los poemas, le gustaba pintar y no estaría por mucho tiempo detenida, ya que debía regresar, en acotado tiempo, a su hogar. La abejita, generosa y entusiasta aceptó, sin dudar. — Por supuesto — dijo ella y se alistó a esperar.
El conejo diligente, dio inmediato aviso a la mariposa, que feliz de saberse esperada, se fue volando hasta el panal, pero cuando llegó a éste, no supo cómo entrar. Ella subió con gran exactitud hasta alcanzar la colmena, pero luego en un pasillo, una terrible oscuridad, la quiso asustar. La cubrió completamente, como un ceñido vestido negro, inmovilizando sus festivas alas y, de un lado a otro, la obligó a caminar, buscando una salida, que la pudiera salvar. Finalmente resolvió descender y desde abajo, elevó la vista para contemplar, la morada de su nueva amiga, quién dentro del panal, no entendía por qué aún la mariposa, no lograba llegar. Ella percibía, con sus agudas antenas, que la visitante se encontraba muy cerca, pero algo la mantenía atajada, sin poder avanzar. Fue entonces, cuando se inició una comunicación, muy singular, entre sus almas y mentes, a la par: — No he podido llegar hasta tu puerta— dijo la mariposa— el pasillo está muy oscuro, no puedo pasar—. Olvidé avisarte — dijo la abejita— tú debes agitar las alas, aunque haya oscuridad. “No detengas el movimiento y la luz no se apagará. Es un secreto importante, si se asustan tus alas la oscuridad te atrapará, pero si las bates es ella, quien se asusta y se va”.
Armada de este consejo, la mariposa se elevó, esta vez, sin dudar y ya de nuevo en el pasillo siguiendo la recomendación, movía sus alas en entusiasta compás. En efecto, la oscuridad desapareció, la luz permaneció encendida, y la abejita en la puerta del panal, la esperaba sonriente y la invitó a ingresar. Junto a ella, las abejitas bebés se acercaron, pronto, a saludar y la gatita muy amistosa, se sumó a este saludo inicial. Después de esta tierna bienvenida cordial, regresó cada bebito a su quehacer habitual, que en este caso consistía sólo en: jugar y cantar. 
La abejita y la mariposa ya reunidas, a solas, en la celdilla de cera principal, iniciaron un diálogo profundo, lleno de magia y tranquilidad. Compartieron sus historias, puntos de vista e intereses, que eran casi gemelos, porque ambas sentían igual, en relación a ciertos hechos que la existencia les había dado a probar. La abejita, después de escuchar con suma atención, los relatos de su nueva amiga, decidió prepararle, una pócima muy especial, compuesta de flores muy sabias, que a gotas debía tomar, con enmielado recuerdo, como si fuera un ritual. También la cubrió con sus alas, en un traspaso de energía, porque la abejita sabía ser canal, entre los seres terrestres y la fuerza celestial. Durante la breve estadía de la mariposa en el panal, más tarde, una elegante abeja reina, también llegó a visitar. Se unió ella, a la reunión, aportando su encanto y simpatía; cualidades que la adornaban como pulsera y collar, y así, ya eran tres amigas que se conocían desde hacía años atrás. 
Como ocurre siempre que la felicidad es de verdad, el tiempo se hace nada y pronto llegó el final; porque la mariposa tenía tiempos limitados y debía regresar, a su lejano pueblo ubicado al sur, muy al sur, muy lejos del adorable panal. 
 En la despedida, las promesas de un pronto reencuentro; el intercambio de regalos, libros, escritos, ideas; buenos deseos para el viaje y también guardar, un obsequio para el conejo, que fue el espléndido autor de este encuentro tan bonito, co.incidencia magistral.
— Recuerda siempre batir las alas— reiteró la abejita ya en el umbral, y la mariposa elevó el vuelo, con la plena seguridad, de conocer ahora, la fórmula precisa para lograr evitar, caer en la trampa que, a veces, tiende la profunda oscuridad, intentando detener un valioso e importante vuelo que ya escrito, en el destino, está.

FIN

El paseo de los guantes traviesos












El paseo de los guantes traviesos
(Publicado en Revista Co.incidir Enero 2017)
Autora:  María Alejandra Vidal Bracho

Un día cualquiera, de esos que nadie recuerda la fecha, un par de hermanitos guantes, deciden vivir una aventura traviesa. A media mañana su dueña, debe hacer un trámite urgente y ellos fieles a ella envuelven sus heladas manos, cubriendo palmas y dedos, sin demostrar el más mínimo interés en no hacerlo. Ella sale de su oficina, hace parar un taxi, de los llamados colectivos, que van ocupados con más de un pasajero y se sienta junto al chofer, al que mira sin ver. Para pagar el pasaje, se despoja de los guantes inquietos y ellos, en ese instante, se deslizan despacio por su falda ante el primer mental alejamiento, que tiene ella al quedarse absorta contemplando una nube que, plácidamente, recorre el cielo. Se esconden ellos entonces, juguetones, debajo del asiento.
Cuando llega a su destino, la dueña se baja, con prisa, como si la persiguiera el tiempo y entra en una oficina, cargada de papeles y conjugando incansables verbos. Presenta, ante un funcionario de impacientes dedos y lentes muy serios, infinitos documentos, que exigen timbres, firmas y avales diversos. Cuando termina todo y quiere emprender el regreso, comienza un alarmante y misterioso proceso. Busca en un bolsillo, busca en el otro. Abre su cartera, mira por el suelo. Los guantes no están y son sus predilectos. Morenos rotundos, de piel suave, muy coquetos; y lucen en el cuello, primorosos corbatines, que les otorgan, elegancia y apresto. 
“¡Yo los quiero!”— exclama ella—“¡no puedo perderlos!”—y empieza un especial periplo de búsqueda en total desenfreno. Primero piensa, que no los traía puestos, que quizás cuando salió los había olvidado en su apuro intenso. Los dejó en el taxi colectivo, quizás ahora, tienen otro dueño. Las ideas se pelean en su cabeza, batiéndose a duelos; desafiándose unas a las otras, en hidalga contienda de importancia y anhelos. 
Nada entrega fruto, la búsqueda, verbal y visual, es inútil y el día derrite las horas como se disuelve el hielo, cuando el calor lo ciñe con sus brazos recios. Ya es tarde y se hace de noche. Hay que ir a casa dibujando con los pies, el retorno al silencio. Pero antes, hacer algunas cosas: primero ir a buscar al compañero, luego al supermercado, lugar de compras y encuentros. Conversar con los amigos que, se presume, sólo dirán: “hola”. Por supuesto, como casi siempre, el saludo se extiende, entre detalles, noticias, alegrías y congojas. Unos guantes nuevos, para intentar olvidar la pérdida; y ya todo listo para volver a casa, marchar pronto de camino a tomar transporte e iniciar el regreso.
Discutir con el acompañante, que si: “vamos en taxi, a pie, colectivo, bus... ¡Pongámonos de acuerdo!”—. Finalmente otro taxi colectivo, coronado por el mismo número, que el de la mañana, hace su ingreso, al campo ocular de quien ahora ya se siente la otrora dueña, de unos guantes elegantes y apuestos, que irreparablemente extraviados, habrá que olvidar sin remedio. 
Ya embarcados en el taxi, el comprensivo compañero siente ardor en las mejillas al oír de nuevo, la pregunta que se ha pegado, como un mantra, en los labios de la desolada ex dueña de los guantes traviesos. —“Señor… usted, por casualidad: ¿habrá encontrado unos guantes negros? Son de cuero, con pequeños corbatines pegados que les hacen juego”—. “Señora es usted, aquí los tengo!”—. Y abriendo la guantera, ahí están ellos, cobijados por los hilos tejidos del destino que, a veces, se entrelazan en forma precisa, en armonía, para concretar felices sucesos.
Los guantes, ya en las manos mimosas de su dueña oyen atentos, lo que el conductor relata, en relación a los hechos. —“Usted Señora se bajó y luego subió otro pasajero. Él encontró los guantes debajo del asiento y me los entregó, para que los guarde, por si alguien preguntaba por ellos. Yo sabía que eran suyos, porque se los había visto puestos y pensaba llevárselos cuando tuviera algún tiempo; ya que yo recordaba el lugar en que usted, se subió primero; frente a una oficina pintada de color celeste pleno. ¿Sabe?…hay algo más que sumar a este simpático cuento y es que yo nunca trabajo, horas de sobretiempo; pero hoy di una vuelta más, no sé con qué objeto, porque a pesar de estar muy cansado retrasé el viaje de regreso. Tal vez fueron sus guantes que telepáticamente me indujeron, para lograr encontrarse con usted, de nuevo. Yo no sé lo que ha pasado, pero en este mismo día, usted ha perdido y ganado y yo también me conmuevo, con esta extraña coincidencia de precisos momentos”.
Por su parte los guantes cómplices, se habían deleitado mucho, durante el turístico trayecto. Visitando exóticas calles, atisbando pasajeros, mientras escuchaban indiscretos diferentes diálogos y parlamentos y por supuesto, de paso, inspeccionado la guantera, sin complejos. Se divirtieron muy alegres, muy seguros, todo el tiempo; jamás sintieron en sus almas el más minúsculo miedo, de no poder volver a estar con su dueña, prontamente, sin tormentos. Porque ellos fueron muy precavidos, antes de iniciar su paseo, poniéndose primero de acuerdo, a nivel invisible, subatómico, con las calles, con el auto, las esquinas, los semáforos, los minutos, las esperas y los dedos, para poder concretar así, la prodigiosa magia del feliz reencuentro.
FIN

Somos atemporales












Somos atemporales 
(Publicado en Revista Co.incidir NO.34 Diciembre 2016)

¿Qué es la edad? Categóricamente, el año que marca el calendario, no existe. Los calendarios son solamente mediciones humanas, creadas para lograr concretar nuestros negocios y convenios. Entre ellos está, el que conocemos como: “edad”. De acuerdo a la supuesta “edad”, se tienen ciertos derechos y deberes, según la cultura en que hemos nacido. Si retiráramos todos estos terrestres argumentos, sólo quedarían nuestros pasos, los latidos de nuestro corazón, los parpadeos dados y vividos en un cuerpo de material finito y destinado a la transformación. 
La edad es una apreciación que etiqueta y moldea, en el marco de la sociedad en que se desarrolla nuestro viaje por la tierra. De esta forma, nos consagramos a esperar, por lo general, funestos cambios que vendrán debido a los cálculos indicados en el paradigma llamado “calendario”, que no es otra cosa que la identificación de nuestro ser con 365 días agrupados bajo el alero de un número falso rotulado como: “año”. Por qué número falso; por la sencilla razón de que el tiempo no empieza ni termina y siempre es ahora. En este sentido, si tomáramos profunda conciencia de la infinitud del tiempo, nos daríamos cuenta de que somos atemporales. Si en este presente inalterable, nos dedicáramos sólo a ser y no diéramos por sentado que los cambios irán aminorando las condiciones favorables, sino que simplemente valoráramos cada aliento y cada acción como un derecho en la eternidad, porque ella misma nos ha creado, nuestra estadía en este plano, podría mejorar, ostensiblemente. 

Al abandonar el cuerpo la energía se transforma, pero sigue viviendo en los árboles, las flores, la tierra, el aire, el fuego, la lluvia. Cada piedra en el suelo, guarda la historia de un cuerpo que se transformó. El cambio es una cosa y el deterioro es otra. Terminar un viaje, para iniciar otro, también es una cosa y definitivamente, creer en la muerte es otra.

El escarabajo verde







El escarabajo verde
(Autora:  María Alejandra Vidal Bracho)
Publicado en Revista Co.incidir No25 Marzo 2016

Esto que les relato, a continuación, es algo muy bello, ocurrido durante un viaje, que hace poco tiempo realicé.  Yo esperaba en un andén, para hacer una combinación entre avión y bus cuando, de pronto, vi un escarabajo  verde, montado sobre mi maleta, sosteniéndose  firmemente y sin intenciones de  desfallecer. Con actitud resuelta, pero al mismo tiempo serena, me demostraba, sin dar pie atrás,  su inopinable  y absoluta determinación de viajar conmigo.  Sentí temor por él, porque yo estaba ya en la fila para subir al bus y cuando tomaran mi maleta para introducirla al portaequipaje, el pobrecito, con seguridad, iba a terminar sus días de vida, trágicamente aplastado.  No quedaba tiempo para ir en la búsqueda de algún arbusto cercano y lograr ponerlo, de ese modo, a buen amparo.  Como el recorrido que nos esperaba era largo, debíamos cruzar la tierra y el mar, opté por  envolverlo en un pañuelo de papel y llevarlo en mi bolsillo.  Con precaución resguardaría que contara, todo el tiempo, con suficiente aire para que no se asfixiara y así, cuando llegáramos a un lugar, donde hubiera algo de vegetación, lo dejaría en algún tallo.
Iniciamos el viaje y yo, sin proponérmelo, entré en una consciencia diferente y altamente receptiva.  En ese sensitivo estado mi pequeño nuevo amigo, comenzó a comunicarse conmigo. En una forma incomparable, él inició un diálogo sutil,  sin palabras, sólo con ideas, hablándole a mi mente y a mi alma. Cada cierto tiempo, yo lo sacaba de mi bolsillo, para observar y comprobar que seguía sano y salvo.  El movía sus patas y se estiraba un poco, para aquietarse otra vez.  Entonces yo volvía a protegerlo con el improvisado arnés. 
Tenía temas  variados, pero sus favoritos eran las historias acerca de otros caminos que había tomado, durante su existencia.  Me enseñaba acerca de la perenne humildad, que impregna eternamente a toda  la naturaleza, que él conocía muy bien.  Me contó, sobre las bellas mariposas, siempre vestidas de gala, que van deleitando a las miradas románticas. De las hormigas laboriosas, tan bien organizadas para el trabajo y de las margaritas inútilmente deshojadas, por inseguros dedos pesquisadores de sentimentales respuestas.  Recordó a las piedras que, añosas y sabias, guardan sigilosamente en sus memorias, los senderos invisibles establecidos por  todas las huellas dejadas.
Sus narraciones eran inagotables.  En todo momento, se expresaba feliz y lleno de seguridad.  No mostraba señales de dudas, aun sabiendo que dependía de mí, porque su vida estaba, literalmente, en mis manos.  Cuando íbamos cruzando el mar, de repente, me señaló una nube, que tenía forma de oso juguetón, y fue entonces cuando me dijo: ¨tú eres esa nube¨.   ¨Por la forma de oso¨ le dije y sonreí.  Te hablo seriamente insistió: ¨Tú y la nube, la hormiga, la mariposa y yo, en fin todos, somos sólo uno.  No existen las separaciones.  La misma energía que te sustenta a ti, animando tu cuerpo y tus sentidos, es la que mueve a la nube, a la bella mariposa, a la laboriosa hormiga, a la altruista margarita, permite ser a la piedra  y además, provoca este oleaje amistoso.  La gran diferencia es,  que tú estás algo pre-ocupada por el próximo arribo y por lo que harás cuando lleguemos y en cuál flor me vas a dejar o si me olvidas y en un descuido,sacas el pañuelo y me arrojas al océano por accidente.  Yo no temo, la nube tampoco y menos este mar.  Estamos unos tan vivos como los otros, pero tú conoces el temor.  Te has preguntado ¨por qué¨.  Sinceramente no encontré la respuesta.  El continuó: ¨intenta cambiar tu consciencia, eso te liberará.  En la medida que cedas el control a la energía vital, tú serás libre.  Es lo que hemos decidido, en un tácito acuerdo,  los demás.  Sólo el ser humano se angustia con anticipación.  Si, por error, me lanzas de tu bolsillo y muero, mi energía se transformará y viviré en otro elemento del Universo, pero viviré igual.  Aprende cada día de las nubes.  Observa como van por el cielo en perpetuo peregrinaje, bajan a la tierra convertidas en gotas de lluvia, para trabajar humedeciendo los brotes.  Luego ascienden nuevamente y siguen su marcha guiadas por el viento en paz y sin desconfianzas. Ningún encuentro es casual, tú y yo teníamos que hacer este viaje juntos.  Aguardé por ti, durante días, en el árbol cercano al andén.  No sabía que te esperaba, yo sólo permanecí ahí.  Algo hizo que no deseara trasladarme, hacia otro sitio.  Cuando te vi, supe que eras tú el motivo que me detenía.  Salté  cuando pasabas y  trepé, con fuerza, a tu maleta roja.  Que alegría tuve, cuando me viste y decidiste protegerme.  Pero no fue algo anecdótico.  Tú y yo fuimos creados para conocernos. El azar no existe, todo está escrito y diseñado en este plan perfecto¨. 
Así fue como, después de una tarde completa de viaje, alcanzamos  nuestro lugar de destino.  En un nuevo andén nos llegó la hora de  despedirnos.  Dejé a mi bello amiguito verde, sobre la hoja más estable y fresca, que encontré, en un majestuoso árbol de tronco ramificado y de prominente follaje.  Las despedidas son tristes ¨me apena dejarte¨ le dije.  El nuevamente me conversó en secreto y  contestó: ¨nunca me dejarás, porque ya soy parte de ti y tú de mí.  Sólo confía¨.  Y se fue por entre las ramas.
Mis ojos se quedaron fijos en él, hipnotizados por su plácido andar.  Mi ensoñación se interrumpió cuando, de súbito,oí gritar mi nombre.  Eran los amigos que me esperaban y llegaron a buscarme. Obligatoriamente debí girar, para recibir sus abrazos de bienvenida.  Luego de responder a sus saludos, sonrisas y preguntas, volví la cabeza intentando hallar, con la mirada, a mi querido, verde y tierno compañerito de viaje, por supuesto, ya no lo vi.


as preguntado por qur.  Todos estamos tan vivos como los otros, pero la gran diferencia es que tu conoc