Ojos viajeros
Autora: María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Co.incidir mes de Abril 2017
Dos ojos de color azul intenso
que mezclaban en su esencia
matices de mar y cielo,
añoraban vivir intensamente,
contemplando cada espacio
del Universo.
Ellos habitaban,
en el bello rostro de un Príncipe
y desde ahí, lo alentaban
a viajar de un sitio a otro,
para poder observar así
diferentes atardeceres,
cerrarse al contacto de
incomparables lluvias,
y entrecerrarse a fin de esquivar,
los distintos ángulos del Sol.
Debido a ellos,
el hermoso Príncipe
viajaba sin descanso;
cruzaba los mares,
surcaba los cielos,
tomaba, sólo, breves descansos
y continuaba viajando
sin rumbo, sin destino
y sin hacer planes definitivos.
Sus ojos anhelantes de conocer
lo subían, indiscriminadamente,
sobre distintos lomos,
caparazones y alas.
Si era una travesía acuática,
dependiendo de la distancia,
les bastaba un amable caballito de mar,
las aletas de un buen pez
o el cuello de un cisne
comprensivo y cordial.
Para recorrer, a gusto,
campos y caminos,
el gentil lomo de un camello,
o el de un elefante
con buen ritmo al andar.
Para alargar un recorrido,
la placidez de una tortuga
pensativa y sagaz
o un perseverante tigre,
en caso, de prisas
o urgencias que surgieran quizás.
Para volar, las alas
de una majestuosa águila,
las de una aventurera gaviota,
o unas suaves, de mariposa
con buena voluntad.
Todo medio de transporte era favorable,
para que el Príncipe incansable
complaciera a sus ávidos ojos
yendo de un lugar a otro, sin parar.
Un día una gatita,
que para él, era especial,
le preguntó:
¿alguna vez te detendrás?
Y él contestó que No,
porque ya no sabía,
vivir, la vida, como los demás;
había olvidado cómo
y, a decir verdad,
él ya no podía detener su periplo,
porque a pesar de amar,
él sabía,únicamente, viajar y viajar
y lo haría siempre, hasta el infinito,
sin mirar atrás.
que mezclaban en su esencia
matices de mar y cielo,
añoraban vivir intensamente,
contemplando cada espacio
del Universo.
Ellos habitaban,
en el bello rostro de un Príncipe
y desde ahí, lo alentaban
a viajar de un sitio a otro,
para poder observar así
diferentes atardeceres,
cerrarse al contacto de
incomparables lluvias,
y entrecerrarse a fin de esquivar,
los distintos ángulos del Sol.
Debido a ellos,
el hermoso Príncipe
viajaba sin descanso;
cruzaba los mares,
surcaba los cielos,
tomaba, sólo, breves descansos
y continuaba viajando
sin rumbo, sin destino
y sin hacer planes definitivos.
Sus ojos anhelantes de conocer
lo subían, indiscriminadamente,
sobre distintos lomos,
caparazones y alas.
Si era una travesía acuática,
dependiendo de la distancia,
les bastaba un amable caballito de mar,
las aletas de un buen pez
o el cuello de un cisne
comprensivo y cordial.
Para recorrer, a gusto,
campos y caminos,
el gentil lomo de un camello,
o el de un elefante
con buen ritmo al andar.
Para alargar un recorrido,
la placidez de una tortuga
pensativa y sagaz
o un perseverante tigre,
en caso, de prisas
o urgencias que surgieran quizás.
Para volar, las alas
de una majestuosa águila,
las de una aventurera gaviota,
o unas suaves, de mariposa
con buena voluntad.
Todo medio de transporte era favorable,
para que el Príncipe incansable
complaciera a sus ávidos ojos
yendo de un lugar a otro, sin parar.
Un día una gatita,
que para él, era especial,
le preguntó:
¿alguna vez te detendrás?
Y él contestó que No,
porque ya no sabía,
vivir, la vida, como los demás;
había olvidado cómo
y, a decir verdad,
él ya no podía detener su periplo,
porque a pesar de amar,
él sabía,únicamente, viajar y viajar
y lo haría siempre, hasta el infinito,
sin mirar atrás.