El Príncipe de los Haikus (Publicado en Co.incidir de Octubre 2016)
Autora: María Alejandra Vidal Bracho
El generoso Rey de una fría tierra muy lejana, decidió dictar un Taller de Poesía, destinado a todos Pingüinos que habitaban su Reino y que le habían manifestado estar profundamente interesados, en escribir sobre los diferentes tesoros alojados en sus corazones. Para ello, lo primero que hizo fue destinar dentro de su enorme Castillo, una linda habitación, en la que fueron dispuestas pequeñas sillas y mesas de hielo y un pizarrón serio, noble y feliz que señoreaba orgulloso, en lo alto de un muro, custodiado por tizas mágicas de brillantes e inesperados colores. Delante de éste, una mesa, un poco más grande y alta que las de hielo, forrada en lana cariñosa con su respectiva silla haciendo juego, la cual estaba destinada para uso del más sobresaliente Profesor Poeta que se pudiera encontrar. Con el fin de lograr este objetivo, el Rey se comunicó, urgentemente, con sus sabios consejeros, a quienes consultó, mostrándose algo preocupado, por la mejor opción existente en el Reino, para llenar este cargo ya que, secretamente, sentía temor, de tener que recurrir a la búsqueda en otros Reinos.
La angustia del Rey se disipó muy rápidamente, pues sus fieles consejeros coincidieron en forma unánime, en que el personaje más idóneo para dictar estas importantes clases, era un estudioso Príncipe Poeta, habitante del mismo Reino, a quien todos conocían como el Príncipe de los Haikus, debido a la gran habilidad que poseía, para escribir este tipo de versos. Este Príncipe, vivía en un pequeño Castillo en los límites del Reino y como se dedicaba incansablemente a su amada tarea de crear bellos poemas, las musas inspiradoras, a veces, lo volvían invisible ante los ojos de los demás, mientras él realizaba su artística labor. Una tarde, mientras el joven Príncipe escribía con pasión un tierno Haiku, llamó a su puerta un fatigado mensajero, que traía en sus manos una misiva real. En ella, se le pedía acudir, con premura, al Castillo del Rey, pues se le confiaría una misión muy especial.
El Príncipe, inmediatamente dispuso los arreglos necesarios para presentarse, con prontitud, ante el Rey. Así, al día siguiente, ataviado de buena voluntad, boina emplumada y bolso de cuero cruzado, repleto con sus mejores versos, se reunió con el importante Monarca. Después del protocolar saludo, el Rey le explicó al Príncipe, que necesitaba de su auxilio, porque en el Reino algunos Pingüinos soñaban con ser guiados en las letras. Ellos realmente querían ser poetas. Sus almas vivían llenas de emociones maravillosas, ansiosas de ser plasmadas en una realidad escrita y encuadernada, que viajara por el tiempo y el espacio; y nadie mejor que él, para ayudar a convertir en realidad este sueño. El Príncipe de los Haikus, aceptó de inmediato la tarea propuesta y prontamente presentado ante sus animosos alumnos, dio vida a un fructífero taller poético, liderándolo con la sencillez y la entrega de su generosa enseñanza y guía. Las clases transcurrían gratamente y los Pingüinos valoraban y guardaban, con profundo agradecimiento en sus almas, cada sabio concepto que su Maestro, Poeta y Príncipe les confidenciaba. Un día el Príncipe de los Haikus, llegó diferente a dictar su clase; él estaba triste. La tristeza se debía a que tenía que anunciar la suspensión del taller. El Rey, en esos momentos, pasaba por serios problemas que le obligaban a destinar sus esfuerzos, recursos y espacios a otras tareas que le apremiaban y que le forzaban a solicitar al Príncipe, no continuar con las clases. Los Pingüinos, resignados, entendieron la situación y sin hacer juicios, agradecieron el bello tiempo vivido y se despidieron del Príncipe.
El Príncipe de los Haikus, acompañado de su fiel amigo el Talento, siguió, como siempre, estudiando y trabajando arduamente. Creaba versos, leía mucho, pensaba profundamente y soñaba más. Inmerso en sus compromisos de Poeta, de Maestro y Príncipe, un día decidió viajar y así lo hizo. Se fue lejos, muy lejos, vivió en otros Reinos, cruzó los mares y habitó durante largos periodos en tierras distantes; en las cuales, llenó sus ojos de nuevos paisajes, sus labios aprendieron otros idiomas, su espíritu capturó más sabiduría y su mente alerta, descubrió nuevas formas de crear.
Pasaron los años y el Príncipe retornó a su Reino, volvió feliz y dispuesto a compartir lo aprendido. La noticia de su regreso se extendió, rápidamente, por el Reino y El Rey, al enterarse, solicitó inmediatamente su presencia. Cuando se vieron, el Soberano se alegró sinceramente y le pidió que retomara las clases interrumpidas. Le explicó que había aumentado la demanda por adquirir conocimientos, y que poder contar, nuevamente, con el Príncipe de los Haikus, como Profesor, sería una bendición en la Corte. El Príncipe entusiasmado, comenzó el trabajo y se volcó de lleno, apasionadamente, a transmitir toda su sabiduría. Trabajaba sin descanso; de su parte, siempre, la mejor disposición y nunca un “no” por respuesta, ante cualquier alumno que requiriera de su tiempo y dedicación. Pero esto, prontamente, lo sumió en una maratón de horas afanosas, minutos acotados, espacios a los que no alcanzaba a llegar. Y entre los Pingüinos Poetas, que solicitaban sus consejos, las damas lectoras que deseaban su compañía para analizar metáforas y personajes, las palomas mensajeras, ansiosas de aprender nuevos idiomas y dialectos para viajar al extranjero y un sinnúmero de responsabilidades varias…el Príncipe estaba, agotado.
Una de sus antiguas alumnas pingüinas, que lo admiraba profundamente, tomó conciencia del estado del Príncipe y decidida a hacer lo posible por ayudarlo, llena de fe se dirigió, sin dudar, al templo del Hielo y ahí, con mucho fervor, pidió en oración, poder contactarse con Kronos, el Dios del Tiempo, que era el único que podía remediar las circunstancias del Príncipe de los Haikus. Más tarde, ese mismo día, durante la noche, mientras dormía, ella tuvo un sueño misterioso y genial. En él, con un llamado glacial, fue despertada por el reloj de pared de su dormitorio. Desde éste se extendió misteriosamente, una escalera, que la alentó a subir. Ella casi hipnotizada, aceptó y al llegar arriba las manillas del reloj le ofrecieron su ayuda, para que pudiera trepar hasta él y entrar. Una vez adentro, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró frente al mismísimo Kronos que sentado en un mullido cojín, y rodeado por muchos cojines más, de iguales características, caballerosamente la invitó a sentarse, frente a él. “Me gustan los cojines” —le dijo Kronos a la Pingüina—, “al sentarnos así, quedamos todos iguales. ¿Qué te trae, por aquí?”—. “Se trata de mi Profesor”— le respondió la Pingüina— “El trabaja mucho, es un gran Poeta y quizás has oído hablar de él. Todos lo conocen como el Príncipe de los Haikus”. “Sí, por supuesto” —contestó él —, “lo he acompañado muchas veces mientras escribe”. La Pingüina bajó la mirada y le dijo: “Creo que le has complicado un poco la vida. Kairos siempre intenta acompañarlo, pero tú, a veces, lo persigues un poco”. “No” — le respondió Kronos—, “no es mi intención”. “Es verdad que Kairos es un romántico, pero yo igual tengo mi corazón”. “Mira” — le dijo—. Entonces, hizo aparecer sobre su eterna mano, un reloj de arena. Era pequeño, fabricado en madera, vidrio y relleno de arena dorada. Kronos prosiguió el diálogo: “Este reloj, contiene arena mágica, Kairos y yo la preparamos, cae mucho más lentamente, que la normal; tu Príncipe podrá detener, el tiempo, cada vez que quiera. Fabricamos este tipo de relojes, especialmente, para personas como él, que usan su tiempo en la mejor de las formas posibles, y siempre pensando en el bien”. “¿Has entregado muchos?”—preguntó la Pingüina—. “No” —respondió él—, “porque para conseguir uno de éstos, debe haber una intervención sincera, leal y desinteresada, como la tuya; que sólo busca ayudar, movida por el cariño y el aprecio. Toma, llévaselo y explícale que: cada vez que lo necesite, lo gire y el tiempo, mientras cae la arena, se detendrá. Podrá darle las vueltas que quiera. Ahora vuelve a tu cama”.
Dicho esto se despertó la Pingüina y asombrada vio que tenía a su lado, sobre la almohada, el pequeño, mágico reloj de arena. Muy feliz ella se levantó y buscó, con prontitud, al Príncipe, quien escuchó, con suma atención, la historia que le contaba la Pingüina. Después de oír, tan inusual relato, él recibió con mucho agradecimiento y alegría este singular regalo, enviado por el magnífico Kronos, que le permitiría, dar más de sí en cada instante y lugar, cumpliendo con todos sus obligaciones, sueños y anhelos; sabiéndose, desde ese instante, apoyado directamente, por Kronos y Kairos y, también, por su alumna Pingüina, dispuesta siempre a rescatarlo, si así fuera necesario.
Fin