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domingo, 18 de agosto de 2019

Un pañuelo japonés








Un pañuelo japonés
(Autora: María Alejandra Vidal Bracho) Cuento publicado en Revista Co.incidir No. 63 Mayo 2019

Un bello pañuelo japonés viajó hasta un pequeño pueblo eternamente nevado, en que habitaba una niña que amaba vestirse de blanco e imaginar interminables historias de hadas. Este indudable pañuelo tenía estampadas cinco hermosas figuras de coquetas geishas enigmáticas, elegantes y, además, dotadas, con diferentes dones. En su misión de pañuelo éste debía adornar y abrigar el cuello de la niña, pero también debía impregnar su alma con los dones y talentos de las primorosas geishas estampadas. Los dones, al igual que las geishas y los años que había vivido la niña, eran cinco: poder conversar con los escarabajos, endulzar el café con sólo mirarlo, asegurar las ventanas con el pensamiento, construir invisibles puentes de paz entre vecinos enemistados, abrir paraguas invisibles bajo las lluvias inesperadas.
Cuando la niña recibió el pañuelo, se sintió muy contenta y agradecida. El pañuelo llegó, como un regalo, posado sobre las fuertes manos de un hermoso señor con aspecto de beduino y provisto de un generoso y tierno corazón de ángel. Él amaba a la niña, la mimaba desde su propio mundo especial, en el cual, él era un eterno galán, un gran conquistador y sobre todo un ser experto en cultivar la profunda y sincera amistad, que lo unía al padre de la receptora de este pañuelo tan mágico y genial.
Lo primero que hizo el pañuelo fue treparse cuidadosamente al cuello de la niña; ella se sintió abrigada y sumamente feliz, porque sus infantiles ojos quedaron hechizados por la belleza de las geishas estampadas. Después de un breve tiempo de encanto el pañuelo tuvo otros trabajos asignados por su entusiasta dueña; adornó sus diminutos bolsos cada vez que ella salía, jugó con cada una de sus muñecas convertido en improvisado vestido, chal, frazada, alfombra, cortina, mantel, etc., listado sin final; fue atado a diferentes sitios en el patio, olvidado en otros, recuperado más tarde, fregado, por los infantiles dedos, hasta el cansancio, estrujado sin piedad y colgado para ser secado por los más helados vientos o por el potente calor de la estufa, según fuera el desenlace del lavado. Con tanta actividad el pañuelo no conseguía obtener la concentración necesaria para lograr llevar a cabo su verdadera misión, que consistía en heredarle a la pequeña los dones de las bellas geishas que lo adornaban. Ellas, las mismas geishas, lo consolaban ante tan frustrante situación. Con gran dulzura, no reclamaban y sólo sonreían cada vez que la niña optaba por otro juego, en el cual ellas estarían, irremediablemente, involucradas. Así andando el tiempo, un día el pañuelo recibió, desde el mundo invisible, un sabio mensaje, que fue comprendido por su esencia en cada punto de su maravillosa tela. Él y las geishas se irían a otro plano y desde ese otro lugar impregnarían a la niña, con los dones destinados para ella y junto a esta acción borrarían de su pueril memoria el recuerdo de haber estado entre sus juegos. Esta sería la única forma de lograr adornar su alma con los mágicos dones de las primorosas geishas. De ese modo, viajó el pañuelo durante una noche completa al mundo del olvido y cuando la niña despertó no notó su ausencia. Continuó con su rutina y sus juegos, sin echar de menos al bello pañuelo. El amnésico encanto duró por años, por muchos años hasta que, un día cualquiera, siendo ya la niña, una adulta, recordó al lindo pañuelo, pero a esas alturas de su vida ya se trataba sólo de una tierna y nostálgica reminiscencia. Lo que ella nunca supo es que los hechos mágicos que siempre sucedían en su vida: sincronías, sucesos perfectos, encuentros maravillosos y armonías eran, nada más y nada menos que sutiles obsequios enviados, desde el vacío inteligente, por su antiguo y primoroso pañuelo tan bellamente estampado.
Y así termina esta breve historia de un delicado, resignado y dadivoso pañuelo, que fue compañero de juegos de una niña que amaba vestirse de blanco, imaginar interminables historias de hadas y vivía en un pueblo eternamente nevado.
FIN


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