Hijo
de la poesía
(dedicado
a Mario Lorca A.)
Autora:
María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Revista Co.incidir mes de Junio año 2019
En
un punto enigmático del tiempo, el corazón de la poesía sintió el
profundo deseo de tener un hijo a quien
legarle su esencia; para ello, incansablemente, buscó por todo el planeta un
lugar especial y también una madre especial, para encarnar el fruto de sus más
tiernos anhelos. Eligió, sin dudar, un
pueblo lejano y acurrucado por ríos
suaves, alejado de vientos y vestido de trabajo rural. Un día de un agosto fue la fecha fijada para
el arribo de este viajero que, a pesar de haber llegado provisto de un vigoroso cuerpo y una voz adecuada a su
destino, decidió esperar un lapso de tiempo un poco más extendido que el
habitual, comparado con los demás niños, para empezar a hablar. Porque él se dedicó primero a contemplar y
entender desde su poético sentir este mundo material y tridimensional tan lleno de seres y cosas que lo
invitaban a observar. Así su padre, que
ya estaba algo preocupado por la aparente falta de interés en comunicarse que
el pequeño demostraba, se llevó una feliz sorpresa cuando un día al regreso de
su acostumbrado trabajo en el campo, el niño
le indicó, desde su corralito, el pelaje
de un blanco corderito imitando entusiasmado su berrear.
Cuando
comenzó a caminar sus inquietos pasos aprendieron a disfrutar del suave tacto
del pasto en sus pies al pisar; un poco más crecido, sus oídos se dedicaron a grabar
el murmullo de las embarcaciones mecidas por las aguas generosas del lugar.
Este susurro acuático era verdadera música para él, envolvía
sus sentidos y lo hacía soñar; y si
hablamos de sonidos que le cautivaban, el de las palabras era su favorito, principalmente si éstas
estaban entremezcladas formando poesías o cuentos diversos; tanto era su deleite, en este sentido, que muy
pronto aprendió a leer y a estudiar y también a decir, con llamativa gracia,
los clásicos poemas que se aprenden en la infancia, sólo por jugar. Sus días eran felices, sobre todo si se sentía
acariciado por los tibios rayos del sol y si éste se escondía, él suspiraba
nostálgico por la falta de calor.
Cada
mañana su madre, primorosa, lo despertaba soplando suavemente su infantil
faz y luego, muy contenta, comprobaba los progresos
de su hijo en la lectura y en el
aprendizaje de versos, que ella depositaba, en su cándida alma, con suma
dedicación y con la paciencia que sólo es otorgada por el poderoso amor maternal.
Este
niño creció talentoso y amado; custodiado además, de forma esmerada, por los árboles que habitaban el lugar, por las aves visitantes, por los animales
avecindados, por las flores que adornaban como verdades joyas su camino al
andar, por los ríos acariciantes, por las lluvias generosas que humectaban los
cultivos de su hogar y, principalmente, por las artes escritas que se
impregnaban como la miel, apasionadamente, cada día en su sensible y juvenil espíritu el
cual, anhelante de aventura y libertad, soñaba con poder, a través de la
interpretación, dar vida a los personajes que llamaban su atención. Lo mejor de
esta historia es que este héroe lo logró; porque su destino trazado, fue
cumplido por las artes y en los escenarios se lució; pero debo destacar aquí,
que existe un detalle, no menor, y es
que su amor por las palabras lo ha llevado por senderos en que no existen los
tiempos, es decir no se miden, ni en calendario, ni en reloj, por eso aún va
trovando incansable por el mundo lleno de energía y de valor.
Fin
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