Sin
reloj
(Autora:
María Alejandra Vidal Bracho)
Hace siete días que
estoy sin reloj. He vivido con mis
propios cálculos sin saber qué hora es durante una semana. He levantado mi cuerpo de la cama, lo he
alimentado y mimado, con profunda conciencia del momento; lo he dejado vivir,
sin la presión de contar, medir y parcelar el tiempo. Durante estos días, las noches me han encontrado
con leve cansancio o con mucho cansancio, según haya sido el ajetreo de mis
horas vividas a la luz del sol y entonces, sencillamente, me he acostado, sin
pensar si era ya, hora o no de hacerlo. Lecturas
interesantes han atrapado mi interés, acompañada solamente de una lámpara, la
cual ha sido reemplazada, varias veces, por la tenue luz del incipiente
amanecer, que manifestando delicadamente su llegada indica que: “quizás, sería
bueno, pensar en dormir”. He salido
tarde, creo que muy tarde, a esperar miradas gatunas fascinantes que siempre visitan
los árboles de mi patio y cuando aparecen las contemplo pacientemente hasta cuando
la frescura del aire, muy decidida, dirige mis pies de regreso al cobijo del techo y del
calor que mi estufa brinda.
Lo curioso es que esta
sensación, de extravío y libertad, me ha provocado un sentimiento distinto al
habitual en relación con el espacio y el tiempo que habito en el mundo. He comenzado a reflexionar sobre cosas como: ¿será
que así viven las laboriosas hormigas? Ellas no observan nuestras medidas
terrestres del tiempo, tienen otras formas de guiarse en la vida. Yo las admiro
mucho, ante todo, porque son súper fuertes físicamente, no sólo para trabajar;
si alguna de ellas cae, en relación con su volumen, desde una gran altura, aparentemente
no se daña; en breve momento ya está caminando otra vez; no ocurre lo mismo con
nosotros, en eso también somos muy distintos y, por cierto, mucho más débiles que
ellas. En el día a día, son tan
perseverantes; organizadas, disciplinadas, incansables, pero de seguro es debido
a que respetan los compases de la naturaleza. Las abejas, también son así, porque
tampoco se guían por los relojes humanos para realizar su labor, ellas sólo
viven; su faena diaria las mueve y habitan el presente con plena atención; van y vienen llenas de energía volando de
flor en flor, plenas de entusiasmo y vitalidad.
Por otro lado, los árboles, las flores y plantas igualmente existen en sus propios ritmos: reposan, mueven
sus hojas, cierran sus pétalos y en vigilia buscan la luz del sol. La tierra
agradece a la lluvia que trabaja incansable regando cultivos, pero que también
descansa, por tramos de tiempo, en los cielos.
El viento, aire en movimiento, que mueve a las nubes, sopla para equilibrar la humedad y luego, de igual manera que los demás, duerme en intervalos de paz.
Podría citar muchos modelos
de seres que viven junto a nosotros, ajenos al tic - tac convencional. En este
escenario sería positivo intentar regalarnos al menos un día, cuando podamos,
para vivirlo con la fuerza y talento de las hormigas, con la dulzura y ánimo de las abejas, con la frescura y placidez de las nubes, con la sabiduría y el ímpetu de los vientos y medir el tiempo con los
lánguidos relojes pintados por Salvador Dalí, que no están en alerta, como lo
están los que viven colgados en nuestras paredes, abrazados a nuestras muñecas
o programados en nuestros hipnotizantes teléfonos modernos.
Fin