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domingo, 24 de junio de 2018

La pregunta es: de qué más puedo prescindir y no qué más puedo tener








La pregunta es:
de qué más puedo prescindir y no qué más puedo tener
Publicado en El Fortín del Estrecho (Magallanes)
Autora: María Alejandra Vidal

La existencia en este plano es efímera. En una ¨pestañada ¨transcurren minutos y días. Los cambios experimentados, nos provocan sensación de avance en el tiempo, pero en realidad es un presente eterno. Al dejar este nivel, al desencarnar, todo lo material se queda aquí. Si tenemos herederos nuestras adquisiciones, serán para ellos, si no los tenemos, de igual manera, pasarán a manos de otros, no sabremos de quién. Ese anillo que hoy nos enorgullece, ese auto modelo reciente, la casa ampliada hasta el infinito, nuestros más distinguidos atuendos, todo permanecerá en la tierra, junto a este cuerpo que, igualmente a pesar de todos los desvelos, se pulverizará poco a poco, sin remedio. En este escenario, cabe hacer un alto para tomar conciencia acerca de lo inútil que es desgastarse en esfuerzos, por conseguir más productos de los necesarios. Podríamos hacer reflexiones tan simples como: realmente, cuántos pares de zapatos requerimos, cuántos abrigos de invierno, cuántas habitaciones, cuántos equipos electrónicos, cuántas joyas. Qué tan relevante es llevar pegada y pagada una etiqueta que el mercado ha denominado como lujosa y exclusiva. Valdrá la pena, el desgaste emocional, energético y por consiguiente físico, que provoca este perpetuo deseo de más y más. Recordar que la palabra exclusivo significa: ¨que excluye o tiene fuerza y virtud para excluir¨, a quién se quiere excluir. Ante la muerte todos somos iguales, nadie llevará nada de lo materialmente conseguido.
Quizás, sería bueno, volvernos minimalistas en lo material, y por el contrario muy barrocos en lo inmaterial; en relación a disfrutar y embriagarse de la compañía de los amigos sinceros; de las puestas de sol, que mezclan colores magníficos. De los amaneceres repletos de ilusión. De las tardes de invierno en que nuestras manos envuelven, con avidez, tazas que contienen prometedores líquidos calientes. Del trino hipnotizante de los pájaros; de las miradas amorosas de nuestras mascotas. De preparar mermeladas caseras, a la antigua, lentamente; de esperar, con simpleza, a que se seque nuestra blusa o camisa predilecta. De llevar al sabio zapatero, un calzado que necesita remiendo. De comprar en el almacén del barrio y urdir, con palabras gastadas, una cálida conversación con quien nos atiende. De escribir, armados de lápiz y papel, una carta grandiosamente tierna. De escudriñar, cada noche, con mirada inocente entre las estrellas y mirar el reflejo del Sol sobre la Luna.
Y después de todo, decidir de corazón, que vamos a regalar los libros ya leídos, las tazas y platos elegantes que jamás usamos, la ropa olvidada, que agoniza en nuestro armario. Optar seriamente, por llevar equipaje liviano, dejar de juntar cosas por el placer engañoso de tener, porque no tenemos nada, todo está sólo prestado, por un período, un breve período que sí, rotundamente sí, tiene fecha de caducidad. Entonces la pregunta es: de qué más puedo prescindir y no, qué más puedo tener.