La
pregunta es:
de
qué más puedo prescindir y no qué más puedo tener
Publicado
en El Fortín del Estrecho (Magallanes)
Autora:
María Alejandra Vidal
La existencia en este
plano es efímera. En una ¨pestañada ¨transcurren minutos y días. Los cambios
experimentados, nos provocan sensación de avance en el tiempo, pero en realidad
es un presente eterno. Al dejar este nivel, al desencarnar, todo lo material se
queda aquí. Si tenemos herederos nuestras adquisiciones, serán para ellos, si
no los tenemos, de igual manera, pasarán a manos de otros, no sabremos de
quién. Ese anillo que hoy nos enorgullece, ese auto modelo reciente, la casa
ampliada hasta el infinito, nuestros más distinguidos atuendos, todo
permanecerá en la tierra, junto a este cuerpo que, igualmente a pesar de todos
los desvelos, se pulverizará poco a poco, sin remedio. En este escenario, cabe
hacer un alto para tomar conciencia acerca de lo inútil que es desgastarse en
esfuerzos, por conseguir más productos de los necesarios. Podríamos hacer
reflexiones tan simples como: realmente, cuántos pares de zapatos requerimos,
cuántos abrigos de invierno, cuántas habitaciones, cuántos equipos
electrónicos, cuántas joyas. Qué tan relevante es llevar pegada y pagada una
etiqueta que el mercado ha denominado como lujosa y exclusiva. Valdrá la pena,
el desgaste emocional, energético y por consiguiente físico, que provoca este
perpetuo deseo de más y más. Recordar que la palabra exclusivo significa: ¨que
excluye o tiene fuerza y virtud para excluir¨, a quién se quiere excluir. Ante
la muerte todos somos iguales, nadie llevará nada de lo materialmente
conseguido.
Quizás, sería bueno,
volvernos minimalistas en lo material, y por el contrario muy barrocos en lo
inmaterial; en relación a disfrutar y embriagarse de la compañía de los amigos
sinceros; de las puestas de sol, que mezclan colores magníficos. De los
amaneceres repletos de ilusión. De las tardes de invierno en que nuestras manos
envuelven, con avidez, tazas que contienen prometedores líquidos calientes. Del
trino hipnotizante de los pájaros; de las miradas amorosas de nuestras
mascotas. De preparar mermeladas caseras, a la antigua, lentamente; de esperar,
con simpleza, a que se seque nuestra blusa o camisa predilecta. De llevar al
sabio zapatero, un calzado que necesita remiendo. De comprar en el almacén del
barrio y urdir, con palabras gastadas, una cálida conversación con quien nos
atiende. De escribir, armados de lápiz y papel, una carta grandiosamente
tierna. De escudriñar, cada noche, con mirada inocente entre las estrellas y
mirar el reflejo del Sol sobre la Luna.
Y después de todo,
decidir de corazón, que vamos a regalar los libros ya leídos, las tazas y
platos elegantes que jamás usamos, la ropa olvidada, que agoniza en nuestro
armario. Optar seriamente, por llevar equipaje liviano, dejar de juntar cosas
por el placer engañoso de tener, porque no tenemos nada, todo está sólo
prestado, por un período, un breve período que sí, rotundamente sí, tiene fecha
de caducidad. Entonces la pregunta es: de qué más puedo prescindir y no, qué
más puedo tener.
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