Mensajes y amor para el cuerpo
(Publicado en Revista Co.incidir No.83 Enero 2021)
(autora: María Alejandra Vidal Bracho)
Un espejo se instaló, hace muchos años, para propiciar que un mensaje fuera entregado a través de unas miradas, que se cruzarían, reflejadas en él, en un tiempo futuro, marcado en el destino de los protagonistas con el único objetivo de permitir, que unas agarrotadas caderas se movieran. Extrañas formas tienen los antepasados para comunicarse con los habitantes del ahora; es la magia de la vida; tejido invisible que nos une y nos permite progresar en esta encarnación efímera, ayudados por fuerzas ancestrales, que actúan como guías protectoras y estabilizantes. Energías invisibles, ante nuestros ojos físicos, pero totalmente nítidas para nuestros ojos espirituales; esos ojos que llevamos tan escondidos, tan ocultos dentro del ser que, por el mismo motivo, deben luchar cada minuto, por entregarnos la información que han recibido. Si lográramos poder silenciar el ruido de los pensamientos, esos ojos que todo lo ven y todo lo entienden, absolutamente todo, lo pasado, lo presente y lo futuro, conducirían a nuestros pies por los caminos más sabios que una persona pudiera recorrer.
En este caso, esta historia relata que unas caderas, se habían vuelto algo perezosas, lo cual, se traducía en rigidez y dolor. El ejercicio físico imploraba por tener un papel protagónico en ellas, pero la propietaria no había reparado en esta petición.
Un día la poseedora de estas caderas resolvió hacer un viaje a una isla mágica. Para ello voló, durante horas, sobre las alas de un gran pájaro plateado y cruzó el mar en una cáscara de nuez. Instalada ya en un hostal, después de descansar, un poco, del viaje, su estómago reclamó, manifestando el deseo de ser alimentado. La cabeza, a cargo de la situación, decidió ir por algo de fruta y salió, rauda, a la calle, en su búsqueda. Al llegar a una frutería, eligió algunas y luego, se apoyó en un mesón instalado frente a un gran espejo, que cubría toda la pared y en el cual vio su reflejo, mientras esperaba su turno para pagar. En el mismo lugar, estaba haciendo compras, un atractivo sombrero, que le hacía sombra a unos ojos de mirada segura, y que se ubicó, ágilmente, junto a ella con la misma intención de pagar lo escogido. Ambos frente al espejo, cruzaron inquietas miradas que iban y venían hasta que, el dueño del sombrero, decidió verbalizar un saludo, que fue respondido por la dueña de las caderas perezosas. Después de este breve encuentro, el sombrero salió primero del local y la viajera, se quedó pensando que no lo vería nunca más.
El reloj hizo su eterno trabajo, midió minutos, y horas, y una noche, y un nuevo día. Animada por el sol de la mañana, la viajera salió a dar un paseo por la plaza del lugar, pero, de pronto, su atención fue hechizada por un aromático olor a café, que provenía desde un lindo restaurante situado en una esquina. Decidió, entonces, entrar y ubicarse en una de las mesas. Transcurridos unos segundos, sucedió algo inesperado; hizo su aparición, por una puerta interna, el simpático sombrero conocido el día anterior. De nuevo, las miradas se encontraron y, esta vez, a la sorpresa del encuentro se sumó, que el sombrero se acercó a saludar y, a dar la bienvenida, acompañado de un coqueto y alegre caderín, que, a su lado, bailaba sin parar; fabricado en bella tela, adornado con vibrantes monedas y cascabeles, poseía una belleza singular. Las caderas viajeras se sintieron, poderosamente, atraídas y enamoradas, al instante, del caderín; una pasión y un deseo intenso de ser cubiertas y movidas por él, las poseyó. El caderín, también, sintió esta gran atracción y, sin poder mantener el control, se abrazó, con fuerza y pasión, a las caderas, ante los desconcertados ojos protegidos por el sombrero. Los clientes, que se encontraban en el local, contemplaban encantados la simpática escena y hacían vítores, para verlos bailar. La nueva pareja hizo gala de una profunda e instantánea complicidad, improvisando un animado y sincronizado baile al son de un maravilloso tambor, que surgió de la nada y del todo, asistido por unas perfectas palmas que extraían, desde su rítmica alma, sus mejores notas. Bien, ante los rotundos hechos, el sombrero entendió, que se hacía necesaria su separación del caderín; había llegado el momento del adiós y de dejar ese espacio vacío para que una nueva energía llegara a su vida. Por su parte, el caderín, hipnotizado con el entusiasmo de la atracción, bailó para el sombrero por última vez, y días más tarde, abandonó la isla ceñido al cuerpo de su nuevo amor. Así las caderas fueron revitalizadas por los ritmos ancestrales, que estaban grabados en su esencia y en las del caderín, gracias a un espejo, que traía escrito en su destino ser mensajero, entre ancestros y descendientes, entre pasado y presente, en resumen, entre la vida y la vida.
Prácticas simples, como el baile, pueden ser muy favorables para la salud. Respetando nuestras barreras físicas, psicológicas, incluso, ideológicas, podemos encontrar en esta actividad un estilo y sitio para cada uno de nosotros. Existen muchas formas de danza, desde las más clásicas hasta las más modernas, y cada cual nos presenta un desafío diferente. Procuremos, en la medida de lo posible, darnos ánimo para movernos y cultivar la flexibilidad del cuerpo, porque es nuestro verdadero vehículo, nos proporcionan sólo uno y no tiene repuestos. El movimiento es vida, la vida es movimiento.
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