La vida no es una competencia
(autora:
María Alejandra Vidal Bracho)
¿Qué locura es ésta? Corremos por la ciudad, sin observar más
allá de las vitrinas con sus maniquíes de talla imposible y los precios con sus posibilidades de pago
tentadoras, que nos hipnotizan. Entramos
al supermercado armados de un carro, apresurados y con la idea fija de
conseguir una caja vacía o con la mínima
cantidad de gente en la fila. Estamos en
el trabajo pensando en el hogar y luego en el hogar, pensando en el trabajo. Nos ha esclavizado un teléfono móvil, porque
sin él ya no entendemos la vida. ¿Qué
nos pasa?
A nuestro lado vuelan los pájaros, cambian de color las
nubes, crecen las flores y bajo el cemento es la tierra lo que nuestros pies
pisan. La naturaleza tiene ritmos precisos, calmos. El oleaje del mar va y viene, las brisas
mecen en calma, acariciando en paz y los vientos, más rebeldes, soplan para
secar la humedad. El sol siempre está en
su lugar y la tierra gira al mismo compás.
Nuestros cuerpos cobijan mares, ríos, bosques; mundos y submundos
internos que no vemos, pero ahí están, es lo que realmente somos. Debido a nuestras exageradas prisas y auto-presiones,
cuántas tormentas internas desatamos, cuántos volcanes hacen erupción en
nuestro interior ulcerándonos y contracturándonos; cuánta violencia ejercemos
sobre nuestras inermes células.
La vida no es una competencia, debemos tomar conciencia de
eso. Un ojo no compite con el otro ojo,
ni los dos ojos con las orejas, ni los pies con las manos. La vida es una oportunidad, una experiencia, un sueño que se abre en cada
paso a una escena nueva, mientras nosotros intentamos competir, ilusamente, con
el calendario, con el reloj y sus tiempos deseando ‘‘ojalá’’ sean carentes de
esperas. Hagamos siempre todo a nuestro
propio ritmo,
observando, sintiendo, con pausas, con atención y delicadeza. Nunca debemos olvidar que: ahora estamos,
ahora vivimos, ahora respiramos, pero, también, es ahora el momento en que para
siempre e irremediablemente, también,
nos vamos.