Una
bella, tierna y dulce canción
El alma de la
música y el alma de las letras decidieron crear una canción. Para ello, aportaría cada una con los mejores
frutos de su huerto. Por un lado la
música se hizo presente en suaves acordes;
y por otro lado, las letras articuladas en palabras, venían a su encuentro. En profunda complicidad, el destino garantizaba
la magia amorosa de esta creación. Cada
estrella ansiaba aportar con su luz, cada rayo de sol deseaba entregar su calor y las manos finas de la
luna, generosas esperaban para dar cuidado maternal a esta nueva hija del
talento. Todo era perfecto, el Cosmos protegía
esta unión; las coordenadas indicaban el punto exacto de la cita predestinada
para estas creadoras almas. En este escenario,
quién pensaría que algo podría fallar.
Pero falló. En la génesis de la bendecida
obra, las palabras grabaron, a fuego, en
sus esencias el sonido de las notas musicales; sin embargo, algo ocurrió cuando
los hechos se buscaban y en un cisma, la música asustada huyó y las palabras se partieron en incontables pedazos. Fue algo triste, muy triste. Una vez más el
tiempo jugó con las almas y en una indescifrable paz transcurrieron muchos días. En medidas terrestres
fueron meses, más de un año, quizás.
Durante ese
tiempo, el alma de las palabras, se
dedicó a repararlas. Las cuidó, a todas,
con gran esmero, pegando, con delicadeza, uno a uno los trozos hasta que se
curaron. Después las guardó en un
delicado sobre que, al cerrarlo, sello con un
beso diciéndoles: “adiós, hasta que volvamos a vernos”.
Cada día, el
alma de las letras, sembraba con resignación, nuevas frases, mientras vivía la
vida de todos, sin mayores penas ni alegrías, a excepción de la felicidad que
sentía, cuando oía el gorjeo de las aves, que llegaban cotidianamente a posarse
en el alfeizar de su ventana. Así las jornadas insistían en jugar a
pasar. Pero una mañana, no fue igual a
las demás; el alma se estremeció al oír un canto diferente, eran acordes inesperados,
porque en ese trino re-conoció la música que un día la abandonó. No lo podía creer. Ella pensó que jamás volvería a oír esa
melodía. El pájaro insistía en su bello
canto una y otra vez. El alma, emocionada,
buscó el sobre que hospedaba a las cicatrizadas palabras y al abrirlo, ellas
felices salieron volando al encuentro de la querida música. Al encontrase, se abrazaron vibrantes, llenas
de amor y anhelantes. Y ya juntas, por fin, felices elevaron el vuelo hacia el
cielo infinito. Volaron alto, muy alto. Se perdieron de vista para los ojos humanos,
convertidas ya, en lo que siempre debieron ser, una bella, tierna y dulce canción.
Fin