Abrigos
Azules
Autora:
María Alejandra Vidal Bracho
(Publicado
en Revista Co.incidir Mayo 2017)
Abrigos azules, poblados
por ojos curiosos y cabellos largos al
viento, caminan por las calles, llenos de júbilo e impregnados de mocedad. Para ellos, la vida es sólo hoy. Animosos pies los conducen de un lugar a otro, y no les
importa nada y a la vez, les importa todo. Mucha nobleza y alegría conjugada
dentro de estos ágiles abrigos. Ansias de experimentar y de concretar quimeras
que viven perfumadas a un mañana exitoso, que será, por supuesto, libre
de obligadas fechas de entregas e ineludibles exámenes. Ellos, generosos envuelven, con decisión, a
la maravillosa semilla que promete, como en el hanami, el más bello cerezo en
flor.
Lamentablemente, al
igual que el hanami, esta efímera etapa, se va con gran rapidez. En algún lugar del camino, los abrigos se
cansan; se desprenden de sus aliados cabellos, se niegan a seguir siendo
llevados por los mismos pies y huyen a esconderse en el más oculto baúl. Los sueños transmutan convirtiéndose en días
iguales, pesados sin ilusión. La mirada
de los ojos, antes imprudente, se vuelve predecible, sin novedad alguna que
atisbar. La energía abrigada, con tanto
primor, por los bellos abrigos azules, queda inerme ante destinos lapidarios, obcecados en vivir sin
aventura.
Pero, ¿quién fabrica
estos destinos?, ¿quién permite el cisma entre los abrigos azules, los cabellos
al viento, la mirada dulce y vivaz, la alegría y la juventud? Posiblemente, la
energía ante el primer descuido, es convencida por paradigmas taxativos y
tácitos, acerca del irremediable cambio que lleva desde un mundo de promesas
vivas, a un mundo de promesas muertas e ilusiones perdidas. Como por encanto,
se apagan las miradas y los pies olvidan las ansias de conocer nuevos
senderos.
Entonces, ¿qué queda por hacer?, ¿se podrá revertir la
situación? Quizás es cuestión de pensar,
de meditar profundamente, intentando conseguir
recordar, en qué momento y en qué lugar, nuestro propio abrigo azul,
quedó guardado. Si lo logramos,
deberíamos ir por él, al encontrarlo, probar si aún la talla nos queda; si no es así, salir en la búsqueda de ayuda. Un buen sastre, una gran costurera, alguien
especialista en componer prendas de este tipo y recuperarlo. Volver a cubrir nuestro cuerpo con él y así,
en un trance mágico, llenarnos nuevamente de alegría y juventud. Reencontrarnos con el cabello al viento y feliz,
con la mirada indiscreta, con la ilusión de vivir. No importa el tiempo, porque si bien es
cierto que el tiempo no retrocede, lo bueno es que tampoco avanza. El tiempo, para nuestra gran suerte, vive
desplegado en su infinita totalidad. El
tiempo sólo es, sólo está.