Habitantes del Estrecho de Magallanes
Por
María Alejandra Vidal Bracho
(Este escrito forma parte del Proyecto “Gran colección de artes generales” Magallanes 2020 liderado por Marcela Alcaíno Mancilla (Marcela Alcaíno Fondart).
Incesantemente dos
océanos, el Atlántico y el Pacífico, unen fuerzas y movimientos en un lugar preciso:
el Estrecho de Magallanes. Espacio
acuático, fascinante, frente al cual existimos los Habitantes del Estrecho.
Vivir en las orillas de un paso marítimo tan importante que, en el pasado,
permitió a unos audaces navegantes, por primera vez, dibujar una circunferencia
alrededor de la Tierra, significa tener el privilegio de ser perpetuos testigos
de un valioso ícono de la Historia de la Humanidad. Pero en este mismo contexto se debe recordar,
que con anterioridad, a este suceso, ya vivían pueblos al amparo del Estrecho;
grupos humanos poseedores de cultura, organización y sabiduría, amantes de la
Tierra y del mar, conscientes del legado ancestral. Muchas generaciones han
desarrollado sus días, teniendo como telón de fondo este sitio de encuentro
oceánico, guardián de memorias, leyendas, secretos y tesoros; cementerio de
vidas, muchas veces truncadas, y luego convertidas, por el mismísimo Estrecho,
en fluida potencia titánica. Albergue acuoso, que protege sobre, entre y debajo
del eterno vaivén de sus aguas, a una maravillosa fauna marina, representada
por especies poseedoras de su propia historia, esencia y energía.
Al igual que ayer, las
olas del Estrecho hipnotizan a los viajeros que hoy lo surcan ya sea en
cruceros elegantes, en buques de la armada o pequeñas embarcaciones; navegantes
que, como antaño, viven sus sueños, en el agua del Estrecho, y que a pesar del
paso del tiempo y de ser distintos, coinciden, sin saberlo, en un mismo crisol,
porque en forma consciente o inconsciente, cada alma posada sobre el Estrecho
vive la magia de este eterno juego líquido, sólido y gaseoso en el cual hasta
el Sol interviene, con un papel escénico estelar, saliendo del agua, cada
madrugada, mientras las olas lo impulsan, con vigor, hasta el cielo para que ilumine las heladas
tierras australes, siempre besadas por vientos poderosos, por nevadas y
temperaturas, que todo lo congelan; todo,
menos el abundante calor de los
corazones de los Habitantes del Estrecho.