El arte tuvo una pesadilla. En ella, no podía pensar, ni hablar, ni mirar, tampoco moverse, por ende, le era imposible cantar, escribir, pintar, tocar instrumentos musicales o actuar; cada una de sus expresiones estaba impedida de ser realizada. El arte despertó acongojado y recordando, cada minuto del terrible sueño. En esta pesadilla vio a la gente, únicamente, dedicada al trabajo mecánico, que hace funcionar al mundo. Todas las personas trabajando, arduamente, pero desprovistas de la posibilidad de oír música, de asistir a un concierto, de ver una película o leer un libro, porque el arte, simplemente, estaba invalidado de ser. Luego, el arte, agradecido de haber despertado, respiró profundamente e insuflado de nueva energía retomó su valioso quehacer de servicio a la humanidad.
Han imaginado ustedes, alguna vez ¿cómo sería nuestra vida, sin la presencia del arte? Los invito a considerar la idea de un mundo en el que no existen las películas, ni las canciones, ni la música, no hay trabajos pictóricos, los libros no se conocen, las obras de teatro jamás han sido ejecutadas, porque no hay obras y menos actores. Nunca alguien ha cantado, no hay canciones favoritas, no hay músicos, ni música para interpretar, obviamente no se baila. Los dedos jamás han considerado la posibilidad de trabajar creando sobre lienzos u otras superficies con untos de colores y pinceles. La ropa es funcional, ya que no hay diseñadores y las joyas son algo impensado, puesto que nadie se dedica a la artesanía, ni a la orfebrería.
Conformaríamos un planeta habitado por seres básicos, casi seríamos máquinas, no personas; verdaderos autómatas, con miradas carentes de ilusión. Nos comportaríamos, solamente, como artefactos productivos para abastecer los requerimientos del día a día. Qué descripción tan escalofriante ¿verdad? Realmente concebir un mundo con estas características, provoca pánico y tristeza. Para nuestra gran fortuna, la vida no es así; tenemos el arte expresado en todas sus manifestaciones. El arte: denuncia, realza, protege, recupera, cuida, acompaña, enseña. Cuánto le debemos al arte, qué sería de la humanidad sin la intervención de sus variadas expresiones. La mayoría de nosotros, al menos, oímos música y vemos películas; apreciamos cuadros que nos parecen hermosos, muchas veces, queremos asistir a ver obras de teatro, en las cuales se conjugan los trabajos de escritores y actores. En fin, casi todos matizamos nuestros días con el arte. El arte tiene, claramente, un lugar estelar en nuestra sociedad y por lo mismo es necesario aquilatar, en todos los aspectos, su valor, sea este material o inmaterial; plasmar los productos de este balsámico oficio denominado: “hacer arte” merece, ciertamente, aplauso y reconocimiento, pero también merece y precisa recursos para ser desarrollado. Un artista tiene las mismas necesidades del “hacedor de otros trabajos”. Para poder ejecutar su rol, requiere de un lugar, de bienestar, de cobijo, de salud, de leyes que le protejan. También cabe aquí mencionar a los artistas incipientes, seres talentosos que, muchas veces, se pierden junto a sus obras, al no encontrar accesos para mostrar su trabajo, esto, lamentablemente, también es cierto.
Como conclusión quedarnos con el deseo de tener
el firme propósito de valorar a quien nos canta nuestra canción favorita, a
quien compone música, a quien tocándola nos provoca soñar o movernos a su compás, a quien materializa una bella joya, a quien
escribe una historia que nos hace vibrar, a quien borda, sin descanso, una tela
que guarda un mensaje, a quien se desvela memorizando textos para preparar su
actuación para nosotros, a quien diseña el vestuario, dibujando hasta sentir
que todo es perfecto, a quien pinta una obra, a quien esculpe la piedra, a
quien talla la madera. Inconcluso listado el que hago, son muchas más las
actividades artísticas. El arte todo lo impregna, miren a su alrededor, está
por todas partes, auxiliando, talentosamente, con su encanto, nuestras vidas.