La
planta en el macetero
Autora:
María Alejandra Vidal Bracho
Publicado en Revista Co.incidir No 77 Julio 2020
Publicado en Revista Co.incidir No 77 Julio 2020
Una noche, al quedarme
dormida, en un sueño viajé hasta las profundidades de una planta, que vive en
un macetero, sobre una mesa junto a mi cama.
El sueño fue extraordinario; ella se había estado rehusando a crecer y de
pronto, yo estaba ahí frente a sus raíces, pero a pesar de tener la oportunidad
de hacerle preguntas, no lo hice; sólo
fue una visita que me permitió conocer lo que nunca se ve; sus pies escondidos
en la tierra del macetero, en este caso, porque existen otras plantas que
tienen sus pies enterrados directamente en la tierra, que aún nadie ha decidido
desprender del planeta. Les contaré, que
sentirse un ser diminuto entre las raíces de una planta es una experiencia muy
especial; la humedad, la oscuridad, el encierro, un ambiente inhóspito, pero iluminado
por la mágica luz que emana de estas raíces tan ocultas y de las cuales depende,
realmente, lo que ocurre en la superficie, al igual que en el caso de los seres
humanos, siempre lo invisible sostiene a lo visible. Yo no entendía por qué esta planta no crecía;
yo la regaba, la ponía al sol, la estudiaba, la limpiaba y ella, simplemente,
no crecía. Pues bien, esa noche cuando
estaba allí, sólo sentí agradecimiento por ella, no todos tienen la oportunidad
de vivir algo así, le agradecí, profundamente, porque entendí, que este viaje
era obra y decisión de ella. De alguna forma extravagantemente hermosa,
extendió sus hojas como brazos tiernos y acogedores, me sacó de la cama y me
llevó hasta sus cimientos. Permanecí
poco rato en esta contemplación, o tal vez fue más, no lo sé, no tuve noción
del tiempo, pero a mí me pareció que fue un encuentro breve una invitación al
ahora eterno en que todo cambio es real y a la vez perecedero.
Cuando desperté, la
miré: ahí estaba junto a mí, como siempre, pero ahora nos unía un secreto,
habíamos experimentado una cercanía inédita, exclusiva, mi mirada hacia ella
era distinta después de esta comunión. Ella, esa mañana, acercaba, con renovada
seguridad, su cuerpo hacía los vidrios
de la ventana, buscando la luz del sol; yo confirmé que tenía suficiente
humedad y luego nos entregamos, cada una, a nuestras tareas diarias. Después de
unos pocos días, noté el cambio, comenzó a crecer serena y feliz, su cuerpo se
volvió vigoroso, tomó un tono verde magnífico y sus hojas se robustecieron.
Desde esa noche ella,
ingeniosamente, me comunica cada día sus sentimientos. Hace poco, me hizo saber, que necesitaba un hogar nuevo,
más grande, y quien me ayudo en esta tarea, buscó un macetero de mayor tamaño y
utilizó una tierra comprada, supuestamente, más adecuada para ella. Fue una mala, pésima decisión, días más tarde
estaba enferma, se encorvó, cambió de color y como ya es su costumbre me informó
su pesar. Pidió que la tierra fuera cambiada por otra, específicamente, por una
en la que están plantados unos árboles que
viven en el patio de mi casa; esa era la tierra que ella quería como
medicina. Así lo hice, fui su interprete
y entregué el mensaje; la tierra fue cambiada, por la que ella quería y en
pocos días se mejoró, se irguió nuevamente e incluso, comenzó a rodearse de
brotes, pequeñas gemelas que, en ronda, alegran su existir. Mi linda planta, mi
amiga, mi hada llena de sabiduría, de energía y de historia; todo un mundo, un
universo atrapado en un sencillo macetero, sobre una humilde mesa situada al lado de mi cabecera.
Dejo,
hasta aquí, esta historia, por ahora; mi planta está contenta, se le nota, y yo
también me alegro mucho por ella y me siento agradecida de tenerla, como
compañera, porque me permite observar su perfección, su belleza y vivir junto a
ella el misterio de su crecimiento, de sus cambios, de su desarrollo, de sus
movimientos, que me indican que su vida no se detiene sino que se mueve,
respira, se alimenta y, de seguro, canta sólo que mis oídos no fueron diseñados
para oírla, pero sí mi alma y mis sentidos para sentirla.
FIN