La
Sirena rescatada por el Marinero
Cuento
publicado en Co.incidir Julio 2017
Autora:
María Alejandra Vidal Bracho
La Sirena solía
estar triste, porque acostumbraba pensar, que en las palmas de sus manos un mapa trazado
indicaba estados y designios
inapelables, que marcarían invariablemente, sus rutas en el mar. Durante muchos años, ella vivió bajo el
hechizo de la predicción, de un
enigmático vidente, que un día leyó sus manos y le dijo: “Trajiste un mal karma,
debes quemarlo o la tristeza te puede atrapar”, “y ¿cómo lo hago?”— preguntó la
Sirena —“debes vivirlo”—respondió el
adivino— “no existe otro camino, no hay
otra salida, debes vivirlo y nada más”—. Ella llevaba este vaticinio, posado sobre su
alma, como un pesado collar, compuesto por envenenadas cuentas y que era
imposible quitar.
A pesar de este triste
sentimiento, la Sirena tenía una buena vida; nadaba plácidamente en el mar, se
detenía en las islas y arrecifes para contemplar los barcos y peinar con
devoción sus largos cabellos, mientras
cantaba amorosos versos, que el aire balanceaba sobre las olas del mar. Una
mañana de un Enero, la Sirena decidió
que, por la tarde, nadaría hasta una de las islas, para asistir a
la presentación de un juglar, que
prometía encantar a la audiencia con su
gracia, sin par. También, ese mismo día
y al mismo lugar, decidió que acudiría un Marinero, que acaba de arribar. El era excéntrico, buen contador de historias
y obviamente, adoraba el mar. Tenía un
amigo en la isla, quien lo invitó al
recital y, él con eterno gran
entusiasmo, fue de los primeros en llegar.
La Sirena llegó después, intentando, como siempre, su presumida cola ubicar
y mientras buscaba para ello, con atenta
mirada, el espacio ideal, sus ojos de pronto sintieron gran felicidad, al
divisar entre el público a un amigo que, junto a un Marinero, se hallaba ya situado en una de las mesas, y a su lado la llamaba, ofreciéndole un asiento
para que se pudiera acomodar.
Sirena y Marinero
fueron presentados, por el camarada en común y, al instante, se produjo una magia especial, que los convirtió en un trío alegre y vivaz; disfrutaron festivamente
de la presentación del juglar y más tarde la tertulia, se volvió singular. Conversaron acerca de variados tópicos, hasta
muy tarde y sin parar. El Marinero
hilvanó relatos, llenos de audacia, en los cuales, casi todo el tiempo, él
tenía un papel estelar. Entre tanta información,
de pronto, surgió algo inusual. El no
sólo era un Marinero, también era un tarotista y además, sabía leer las manos
con una sabiduría, sin igual. Al enterarse la Sirena de este quiromántico
antecedente, sintió gran curiosidad y
concluyó que volvería a conversar con él sobre este mágico asunto, cuando
tuviera oportunidad. En la despedida el
Marinero hizo una solemne promesa de regresar, y también manifestó el deseo de
poder concretar una nueva reunión como
ésta, con su amigo y la Sirena, bajo una
pronta Luna cordial.
Y así fue como
la Sirena y el Marinero se conocieron y se convirtieron, poco a poco en buenos amigos,
que se reunían cada vez que el mar y el destino se lograban conjugar. En uno de esos encuentros fue la Quiromancia el tema a tratar, y la Sirena, muy atenta, se
dedicó a escuchar. El Marinero reconoció
ser un gran y eterno aprendiz, nunca
dejaba de estudiar, porque le apasionaba
esta ciencia misteriosa y magistral. Entre
sus sentencias le dijo: “Las líneas
muestran el pasado, hechos concretos ya
ocurridos, posibilidades de acontecimientos futuros, que dependen de tu libre albedrío, todo es alterable,
todo te obedece a ti y a nadie más”. Le
enseñó a la Sirena que las líneas de las
manos no son estáticas, ni
definitivas. Muy por el contrario, le
explicó, que: “Si uno hace un cambio de conciencia, éste se ve reflejado en
ellas porque se modifican, sin dudar”.
En confidencia le dijo, que él mismo lo había experimentado y que jamás,
creyera que existía un designio inamovible, porque la esencia de la vida
siempre es, ha sido y será: cambiar y cambiar.
La Sirena creyó
en el Marinero, en sus conocimientos profundos y le agradeció, con
sinceridad de mar, por la generosa actitud, que tuvo al compartir, con ella, tan feliz verdad; se sintió aliviada y liberada, gracias a
estas nuevas creencias, que reemplazaron, sin vacilar, a las antiguas, renovando así su visión de la
realidad.
Hoy la Sirena,
ya rescatada, nada en auténtica paz, dibujando con su coqueta cola sobre las
olas del mar y vive, cada día, como el
oleaje, que viene y que va.
FIN